jueves, 12 de febrero de 2015

CUBA Y PUERTO RICO BOLIVARIANOS.

Amigos invisibles. Como es nuestra costumbre que va haciéndose ley, quiero recordar ahora que el imperio británico apoyado por los intereses americanos y los seudo países de este continente que  con la moneda por delante, pues ya el petróleo no cuenta en mayor cosa, soliviantan y conspiran a su modo contra la estabilidad y el desarrollo de Venezuela, de donde debemos agregar esta vez que los cabeza calientes usurpantes de Georgetown (Guyana) con el padrinazgo imperial que aún aspira arrebatar además la plataforma submarina y la salida del Orinoco al mar, entre otras pretensiones afiebradas, intentan modificar lo acordado entre las partes, en el sentido de buscar un tercero en discordia, como siempre un delicado gentleman, que hable inglés y no castellano o español, para ponerlo como títere con cuerda cuando se anhela cambiar lo establecido buscando intereses bastardos que a las claras no les corresponde (Harrison, Mallet Prevost, etc), sin pensar que hoy los sufragios de América Latina y de otros sabios entendedores sí cuentan al momento de levantar los manos votantes. Y que por esos caminos de la trampa jaula sigan gastando el tiempo  ya alargado para pagar mejor la indemnización jugosa, que harán en momento oportuno.                                        
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Presidente James Monroe.
   INICIO.  JUEGO DE PODERES. LA NACIENTE COLOMBIA. DOCTRINA DE MONROE. IDEAS BOLIVARIANAS. LOS NEGOCIOS DE JOHN BULL. EL CONGRESO DE PANAMÁ.  LOS DELEGADOS GRINGOS Y OTROS. Ahora, para entrar en materia  de este trabajo ampliado y esclarecedor de que haremos causa común, debo traer desde el recuerdo algo referido al mismo tema que con  igual título investigador y aún pendiente escribí  en la página cuatro del 21 de octubre de 1972, en el diario El Universal de Caracas, donde fijara pautas referentes a  los pasos de Simón Bolívar  en cuanto a trazar un espectro territorial  que pensara de antemano sobre  las nada lejanas islas de Cuba y Puerto Rico ya disputadas con antelación, en el sentido de diseñar un mapa geopolítico aparte y ante las pretensiones veladas de los Estados Unidos (verbigracia el caso de la República de Florida), para así ampliar el eje de acción cooperativa con los dos extensos promontorios insulares, valga el símil, tan vinculados a Venezuela y Colombia para aquel tiempo, desde luego, lo que a la vez detendría las pretensiones españolas de reconquista territorial, porque como era sabido el general Francisco Tomás Morales, antiguo Gobernador de Venezuela, preparaba una expedición recuperadora hacia nuestro país  desde esas islas señaladas, con un contingente aproximado de catorce mil soldados de carrera.   Es propicio este instante para hacer algunas aclaraciones históricas atinentes como de las intenciones que tales planes traían de consuno, a sabiendas que ese mare nostrum que baña estas costas caribeñas desde los tiempos iniciales conquistadores, era reputado como botín de calidad para ejercer la rapiña colectiva y otros delitos del mar. De aquí que para tales momentos febriles con las agallas abiertas que mantenían ciertas potencias europeas y a la zaga otras neocoloniales que ya avistaban en estos mares codiciados  el apetito del poder, en varias formas encubierto, no era difícil descubrir tan variadas intenciones demostradas con lujo de detalles por Inglaterra, eterna competidora en sus deseos colonialistas desde tiempo atrás, diezmada ahora como fuese la imperial hispánica, cuando para el momento de esta saga Londres aspiraba una cuota de poder dirigida a surtir con sus productos diversos el feriado bazar hispano hablante de los pueblos en miras de liberación, y también Francia extrayendo una parte correspondiente con ese Haití sucumbido por el terror napoleónico, las pretensiones zaristas que aspiraban también al Sur de Alaska, y qué no decir de la zorruna para entonces posición política de los Estados Unidos, que pretendía a la larga un poder descollante aguas abajo de sus límites tradicionales ya estructurados o en vías de consolidación, por lo que cualquier arreglo atinente con los nuevos estados en proceso de liberarse del yugo hispano, era para ellos algo de tener en cuenta como de importancia y en miras a su estrategia deshojando margaritas para culminar  con refuerzos de poder sobre las en proceso de extinción colonias españolas de América.
            Pero quedaba aún un tercero en discordia que era el más temerario y apostador a fondo de su triunfo, refiriéndonos en ello a eso que se llamaba República de Colombia, con los altibajos del dominio cambiante (Bolívar versus Francisco de Paula Santander), que jugaba papel fundamental en este escenario político plagado de interrogaciones sobre los giros a seguir donde surcaban vías de reconquista de la parte española, de triunfar por la cuenta patriota y de sostener el juego de la caza al ratón con que miraron los Estados Unidos tal tensión militar y diplomática, mientras se estructuraban los nuevos estados bajo el mando circunstancial del libertador Bolívar, tomándose allí decisiones importantes como el desarrollo de las ideas expansivas en proyectos ya preparados por el general caraqueño, que en el momento extremo a objeto de impedir la ejecución de tales vías autoritarias dieron pié para que los Estados Unidos guardaran la máscara neutral, aplicando entonces su famosa posición principista  que se resuelve con la ternura abierta del presidente James Monroe al expresar decisiones sin sonrojarse con aquello de “América para los americanos” (diciembre de 1823).   Es decir, hacia la segunda década del siglo XIX el barullo existente  en esta América sedienta de libertad y acaso por algunos de libertinaje, reunía condiciones distintas según diversos criterios políticos, varios sostenidos por el apetito europeo en estas tierras ricas de la decadente España, y en ese gran imperio que con visión futura iba formándose en la costra epitelial de las aún tímidas naciones, porque con el furor desatado los norteamericanos de aquel tiempo tenían previsto enarbolar sus banderas patrias de Méjico hacia arriba, superando a esa Inglaterra que sostenía frenada en sus aspiraciones el poder calvinista protegido de entonces por los Estados Unidos.        Y así permanecieron otros  en espera de la porción de  torta a recoger, que era mucha con la mirada puesta en las vastedades del Sur americano, donde ya los ingleses asentaban las naves y los lusitanos que hasta crearon una monarquía importada, mas desde luego aquí se incorpora al batallador  Simón Bolívar y su entorno que aspiraban manejar la cornucopia  del rico Perú, Colombia y Centro América, con los terrenos que hoy pertenecen a los Estados Unidos, y la posibilidad de un entente europeo con el mundo de Napoleón Bonaparte, los capitanes de mar británicos, siempre sujetados en tales aspiraciones por los norteamericanos, y entre otros por esos famosos Hijos de San Luis, que veladamente completaban la intención geofágica con respecto a la decadencia política y militar de España.  
Bandera de Puerto Rico.
 DEL RÍO BRAVO HACIA LA PATAGONIA. EL EJE PANAMERICANO.  INTERIORIDADES DE UN CONGRESO FICTICIO. LOS INVITADOS DE SANTANDER.  SANTANDER JUEGA A DOS CARAS. LOS DELEGADOS GRINGOS Y OTROS.  PREPARATIVOS DE INVASIÓN.  6.000 INVASORES HACIA PUERTO RICO. INGLATERRA Y ESPAÑA SE RECONCILIAN, A MEDIAS.            Sobre estos basamentos históricos así delineados ahora vamos a penetrar en la razón de ser bolivariana ante ese aspecto por demás político, conformado como medio de previsión que si bien pretendía ingresar de frente en el interés calculado del poder, la otra cara de esta moneda se adecuaba con el apetito unionista y esperanzado del caraqueño para dentro de la disgresión establecida fortalecer la idea superior bolivariana de unir ese mundo conquistado mediante la fuerza dialéctica  del temor y el mandato del estudioso Bolívar, con cuyos recursos estratégicos pretendía trazar un mundo bajo su protección que se formaría  desde el río Bravo del Norte y hacia la Patagonia, en esos estadios de ficción política que Don Simón pudo soñar, porque su capacidad daba como para comprender el rechazo absoluto que tendría tal proyecto en los Estados Unidos y trasegando a veces el mismo paso entre socios congéneres de ese poder inglés que ocupaba buena parte del mundo, tanto como que unidos se iban a oponer a dicho sueño sincero pero imposible de Simón Bolívar, que ahora se estudia con serenidad.   Y sea oportuno aquí para hacer relación digna como ejemplo de tales afirmaciones en todo lo ocurrido con el llamado Congreso Anfictiónico de Panamá, que convoca este caballero ilustre pero que según lo puesto en claro  resultó un fracaso o fallo de sus buenas intenciones paternales y en otra mayor dificultad para el sano proceso bolivariano.  En efecto, es bueno traer a colación el amargo desengaño que debió tener nuestro Libertador cuando se dio cuenta que sus intenciones con visión de futuro iban a ser vilmente consideradas por quienes nada querían que ello precisamente ocurriera, es decir, la consolidación de un eje panamericano que hablara y pensase en español, como lo había expresado en su famosa  y anterior Carta de Jamaica (1815), con las consecuencias previsibles, de donde cuando estos estados a los que se convoca con planes unionistas desde Lima en diciembre de 1824 y guardando las  similitudes mirandinas para discutir tan importante asunto de federación donde se incluyera a Cuba y Puerto Rico entre los temas de la agenda, además del rechazo indirecto que se mantuvo porque Bolívar tenía en mientes hermanar los pareceres en el escenario de tan magna asamblea, como resultado de esas sanas intenciones vamos a insistir sobre la magra asistencia y la calidad sospechosa  de los asistentes, que a tal efecto y previendo resultados  hostiles el propio Bolívar para evitar el descalabro en marcha desistió de asistir a este encuentro por él solicitado, cuando se dio cuenta del pequeño conciliábulo intransigente  por aparecer, que en sí no representase nada pero mucho a la vez puesto que su respuesta a la reunión demostraba iba a tornarse  negativa.   Por consiguiente la delegación más numerosa que debió ser la colombiana fue apenas compuesta por dos designados, aunque de categoría, que fueron los representantes Pedro Gual y Pedro Briceño Méndez, fieles bolivarianos.  Y los enviados por el Perú eran Manuel Lorenzo Vidaurre, jurista de dos caras, “adulador y detractor del Libertador”, como personaje acomodaticio en sus ideas,  siendo  acompañante de este designado el conservador José María de Pando, peruano amigo de España y con carantoñas hacia Bolívar, quienes allí jugaron un papel de fondo inocuo.  De otra parte asistieron por las Provincias Unidas de Centro América, (una entelequia más entonces con miras a desaparecer), el general y jurista José Mariano Michelena (mejicano, mezclado en guerras y conspiraciones intestinas), y José Domínguez Manso, iturbidista, que ya es mucho decir, también mejicano (ojo, el término “mexicano” que aquí no utilizo, es de origen virreinal, y apareció posterior, como lo acepta la RAE).   Por Bolivia fueron designados Juan Mendizábal y Mariano Serrano, que a fuer de ser amigos de Antonio José de Sucre (éste ahora entregando Tarija a los argentinos, por orden superior) se dieron el tupé de  no llegar a tiempo a este certamen dialéctico. Por su lado el escurridizo de entonces Chile, con criterios mapuches aparte sobre lo que ocurriera, envió delegados con agenda especial, fuera de la sustancia a proseguir y no fraterna, e igual lo hizo Buenos Aires, donde el general Bolívar gozaba de amigos como así de opuestos a su pensar político (Rivadavia), y algunos adversarios.  De otro entender el socarrón Vicepresidente de Colombia Francisco de Paula Santander saltándose a la torera las instrucciones de Bolívar invitó personalmente a este Congreso al benemérito mejicano Guadalupe Victoria, que mantenía buenas relaciones frente a los Estados Unidos (ej. ratificó la discutida frontera con este país, tan violada) e Inglaterra.  Igualmente Santander ahora con más poder interior también invita para la reunión a los Estados Unidos, contrariando del mismo modo lo dispuesto por el Libertador.  Por esa razón no convenida y con precisas instrucciones el gobierno americano envía solo de “observador” a Richard Anderson, embajador entonces en Bogotá, quien a estos efectos tuvo la mala suerte de morir con fiebre amarilla cuando se dirigió al inhóspito Panamá, y por cuyo motivo el gobierno americano envía de sustituto a John Sergeant quien entre apuros y olvidos se presenta en Panamá un mes después de terminado el Congreso. ¡Cómo les parece¡.  Las instrucciones dadas al despistado Sergeant fueron muy precisas, al extremo de demostrar las intenciones de Washington de no meterse en líos sobre las interioridades del Congreso, de donde con una precisión que asombra por el futuro en que fueron previstas a este americano se le conmina a no formar alianzas o negocios con las repúblicas presentes, ni ser parte contratante o dar declaraciones comunes, o impedir la intervención de potencias sobre la independencia de cualquiera de ellas,  no obstaculizar cualquier colonización propuesta, y reservándose los Estados Unidos obrar en cualquier emergencia, de lo cual se puede concluir en este asunto que Bolívar salió muy decepcionado sobre los resultados de este Congreso que  llevó  la contraria bajo la batuta de los Estados Unidos y que en el fondo le recordaron los avatares traicioneros del llamado Congresillo de Cariaco (1817). De aquí que el deseo y objetivo fundamental de Independencia presentado por Colombia para la situación existente en Cuba y Puerto Rico que tras corrales beneficiarían a los proyectos continentales del Libertador (en diciembre de 1825 tres barcos nacionalistas provenientes de Colombia tomaron a Punta Borinquén, por Aguadilla de Puerto Rico, ocupando igualmente de noche el fuerte Tamarindo del lugar, destruyen los cañones y luego regresan a sus embarcaciones), digo, fracasa de manera rotunda  por cuanto dicha representación americana saboteó siempre estas aspiraciones bolivarianas, lo que en correspondencia  finalmente con las resoluciones simbólicas habidas entonces, le llevan a expresar al caraqueño que el Congreso en desarrollo simplemente “era una representación teatral”, de donde  entonces Don Simón recordando al Quijote bien pudo decir que “aró en el mar”.  
Prócer José Aniceto Iznaga. 
 Y siguiendo en el manejo de este Congreso chucuto y singular añadiremos que con interés amañado la Reina de los Mares Inglaterra envía al ágape preimperial y según dictados del magnate político George Canning,  al diplomático  Edward J. Dawkins, pero apenas como “observador”, conspirador e informante de los designios congresiles bolivarianos, y Holanda (Países Bajos) igualmente en esta condición de capitis deminutio lo hace con el señor coronel Jan Van Veer, que en síntesis era “otro infiltrado imperial”, aunque fuese tan despistado “que no trajo credencial”, y sin embargo se le aceptó a título particular. Una vez asentados estos soponcios diplomáticos de importancia a señalar por su proyección hacia el futuro americano, agregaremos otros detalles importantes, como que la nación norteamericana tuvo entonces desde Méjico  y el Caribe  hacia abajo del continente una cadena  de espionaje y agentes de calidad, pudiendo entre ellos mencionar a Joel Roberts Poinsett, que era “agente especial para América del Sur”, disfrazado de botánico, taciturno, masón y otras formas o características de actuar para los trabajos que realizaba. Resta por decir que durante el ejercicio del Congreso como es lógico hubo cambios de representación diplomática por diversos factores, valga señalar casos de los delegados suplentes, interviniendo en ello figuras canjeables como Molina, Larrazábal, Pérez de Tudela, etc.
Pues bien, sobre estos lineamientos precoces e importantes para entender los sucesos posteriores que aquí señalaremos, como se puede imbuir  para estos tiempos ya el Libertador Bolívar entre ceja y ceja, contra viento y marea tenía dispuesto su largamente estudiado proyecto de liberación de Cuba y Puerto Rico, con lo que para Colombia y Venezuela se triangulaba un poder novedoso en esta área del Caribe frente a las pretensiones dominantes del imperio norteño en vías de expansión indetenible y porque además luego de la resaca napoleónica los consabidos imperios europeos habían quedado débiles, y en este caso, el más importante de ellos, o sea el británico, intentaba aposentar más sus intereses hacia el Norte de América, o por el Río de La Plata y no aún para arremeter con otra intensidad en el triángulo antedicho, porque entendía los dictados y la pretensión desbordada de los colonos americanos dentro y fuera de los Estados Unidos, de donde en resumidas cuentas vista esta aparente flaqueza imperial Bolívar creyó haber llegado la hora marcial ya elucubrada desde los tiempos peruanos, y con sus arremetidas de  siempre decide y prepara un plan para invadir y ocupar a las entonces débiles colonias  españolas del Caribe, porque con sabida razón y como ocurriera en el Perú mediante el canal antártico esos puntos débiles para cuidar las espaldas en lo futuro de cualquier nueva penetración española demostraban prioridad a fin de preparar una escuadra y un ejército con el objeto de invadir ambas posesiones hispanas, y de hasta luego seguir con Santo Domingo en su idea triangular hegemónica y preventiva  de poder, con que además se interponía sobre las pretensiones futuras de los Estados Unidos e Inglaterra en la zona cuestionada.   Y viendo, pues, aquella oportunidad, Don Simón no escatima esfuerzos y  comienza a discutir con allegados sobre la pretendida invasión nada lejana, que se aligera cuando el caraqueño en enero de 1827 ya en su ciudad natal presente y en conversaciones con el general José Antonio Páez, el independentista cubano José Aniceto Iznaga, quien actúa junto al grupo cubano que le acompaña, todos hablan y proyectan ideas sobre tal cuestión, precisamente cuando Bolívar recibe noticias  del rompimiento político entre España e Inglaterra, cuya unión real por causas familiares y de otros intereses a contemplar detenía cualquier pretensión bolivariana en el sentido que hemos dicho, aunque de un tiempo atrás todo el plan funcionaba (valga recordar que el tercer punto de la agenda del Congreso de Panamá habla sobre la liberación de Cuba y Puerto Rico, organizando un ejército a ese efecto) . Por tanto como la ocasión es calva y ya decidido a su empuje libertador, que incluso pensara con ello llevar sus soldados hasta España, repito, en enero de 1827 con la presunta estrella de la buena suerte escribe desde Caracas a su fraterno Pedro Briceño Méndez (delegado al Congreso de Panamá y donde por cierto en junio de 1826  Colombia, sea dicho también Venezuela, por tener un ejército combatiente y aguerrido, presentó allí un proyecto ya señalado para conquistar a La Habana y Puerto Rico) y quizás luego de entrevistarse con el general Páez,  en estos términos directos: “La noticia que acabo de recibir de la guerra …… me ha determinado a llevar la resolución de expedicionar sobre Puerto Rico, y ya comienzo a tomar medidas para llevar a cabo esta empresa, útil al país, y gloriosa para nuestras armas. Así Urdaneta (Rafael) no debe disponer de la “Ceres” (¿corbeta?), sino ponerla inmediatamente  en carrera para que pueda servir a la expedición. El batallón Granaderos  debe también ponerse en el mejor pie posible, aumentarse y disciplinarse. Este es uno de los cuerpos con que yo cuento y tal vez sea el primero, para llenar esta empresa, empresa que nos va a asegurar la estabilidad interior y a adquirirnos un renombre inmortal. Esta expedición nos va a dar la ventaja de hacer más fuerte y duradera la reconciliación en que trabajamos.    Aún cuando no podamos tomar a Cuba, una expedición a Puerto Rico puede y debe hacerse fácilmente.  Sacaremos amigos y enemigos mutuos, y allá se hacen amigos tiernos en el seno de la guerra y de los peligros”.  Seguidamente y porque el destino está echado haciendo esto ver al Jefe del Gobierno inglés, en igual sentido guerrerista se dirige a Mariano Montilla y al marino José Prudencio Padilla (el batallón Girardot lo pone a la orden el general Santander), y al darles la misma noticia  les agrega: “Es, pues, llegado el momento de que nosotros salgamos al mar y llevemos la guerra a los españoles, arrancándoles la isla de Puerto Rico, que nos servirá de escala  para ir a La Habana (base importante militar de España), si acaso nos conviene. Pero de todos modos yo estoy resuelto a hacer una expedición a Puerto Rico, que nos dará inmensas ventajas en lo interior y exterior. Aunque para esta empresa tendremos que hacer grandes gastos, la independencia de estas islas nos dará los medios de indemnizarlos”.
General José Antonio Páez.
 Por consecuencia de tal decisión trascendental bolivariana, en que los dados estaban echados, ese mismo día 25 de enero del año 27, el Secretario José Rafael Revenga, que simultáneamente  ejerce el Ministerio de Estado, procede a las disposiciones oficiales, dirigiéndose al Secretario de Guerra, para de acuerdo con lo dispuesto por Bolívar, darle las siguientes órdenes: 1°). Que se envíen a La Guaira todos los auxilios de tropas, buques, armamento y dinero que por mi conducto y durante la marcha había pedido S. E. (Bolívar); 2°) Que a ellos se agreguen mil hombres y todos los demás buques que haya en Cartagena; 3°) Que se inste al gobierno de Máximo (¿?)  para que inmediatamente amenace y acometa sobre la isla de Cuba (como estrategia bolivariana). De otro contexto y con el río ya revuelto Bolívar escribe al mariscal Antonio José de Sucre agregándole que la citada expedición marítima constaría de 5 a 6.000 hombres (algunos que vendrían desde el Perú), saliendo de Puerto Cabello, y que como había dispuesto serán mandados por el general José Antonio Páez, mientras que el ducho almirante goagiro Padilla estaría al frente de la marina invasora. Por cierto que esta idea de tal incursión era antigua en el ánimo del Mariscal Sucre, ya que después de la batalla de Ayacucho  el cumanés escribió a Bolívar desde La Paz (5 de marzo de 1825): “En abril de 1825 (sic) se habrá acabado esta fiesta y veremos de qué nos ocupamos por la Patria. Tal vez La Habana es un buen objetivo”. E informándole de su existencia en Bolivia al general Carlos Soublette, el caraqueño le decía desde Chuquisaca, en abril de dicho año: “Desde febrero  he escrito al Gobierno para ver si quiere que este ejército (bajo su comando en Bolivia) vaya a La Habana”.   Pero las órdenes dictadas cambiaron cuando el doctor Thomas Foley, amigo de Bolívar y médico de la Legión Británica, recién llegado a La Guaira y proveniente de Liverpool le comunica que debido a causas políticas por ahora se ha alejado toda posibilidad de rompimiento  entre España e Inglaterra (malas relaciones tenían a causa de la Santa Alianza), por lo que a la espera de tal posibilidad que jugara a favor de la causa patriota el ejército hispano cobraba fuerza y peligro mayor (e incluso Venezuela con Bolívar tendrían cerrados los suministros que aportara Inglaterra), de donde pensándolo bien a fin de evitar una pelea de burro contra tigre, como se comenta entre amigos,  para esperar  una mejor oportunidad más lisonjera el caraqueño retiene por ahora su pensamiento invasor y en consecuencia dispone ordenando a Urdaneta, Briceño Méndez, Montilla, Padilla, Fernando Peñalver y Sucre, detener la operación emprendida, sin de inmediato licenciar al ejército entrenado y victorioso, pensando en un cambio de la buena estrella a favor (el 28 de febrero del 27 Bolívar escribió a Sucre desde Caracas “Si la guerra tiene lugar mi objeto es mandar una expedición a La Habana”, como ocurriera al ejército napoleónico en Italia, y porque entendía que tal posible expedición a La Habana, “nos dará la ventaja de descargarnos de los gastos que nos causan, en este país, las tropas que lo guarnecen, y darles abundancia por miseria, gloria por ocio”. Así pensó también Don Simón cuando ideaba viajar con éxito hasta la Argentina, el Paraguay de Rodríguez de Francia, y al imperial Brasil de los Braganza, o cuando Méjico y Guatemala (20.000 hombres para una coalición trilateral libertaria) pensaban ayudarlo sobre la expedición rumbo a La Habana (allí había entonces 4.500 hombres de ejército regular), como se previó en los conciliábulos del Congreso de Panamá.   

Bandera de Cuba.
 Así, apreciados y consecuentes lectores, entre tantas intrigas y desaciertos se esfuma la posibilidad de que hoy Cuba y Puerto Rico fueran estados formando parte de una gran Venezuela, con otro mapa político americano, tan distanciado ahora de la realidad, y porque desgraciadamente se murió esa tea encendida que fue Simón Bolívar. Pero nunca es tarde cuando la dicha llega, y con tal empresa estamos,  en busca  de los verdaderos hombres ya paridos para hacer fructífera esa realidad, al estilo del filósofo Diógenes.