martes, 29 de abril de 2014

¡MATARON A GAITAN!


 Amigos invisibles. Acabo de leer y estudiar el libro intitulado de esta manera, producido por el experto historiador Herbert Braun, aún joven hombre de letras colombiano cuyo subtítulo se refiere a la Vida Pública y Violencia Urbana en Colombia, trabajo académico imprescindible que se caracteriza por la profundidad del estudio que acomete moviendo a cultivar una honda reflexión por aquella compleja dualidad en que se desarrollan estos países bolivarianos que son Colombia y Venezuela, como nacidos del diktat del ilustrado caraqueño que quiso recomponer a su manera el otro desastre de una Armada Invencible que tuvo la Madre Patria cuando se desligaba de sus obligaciones familiares ante el despertar y la hecatombe ocurrida en la Hispanoamérica del siglo XIX.  En verdad que dentro del poco tiempo disponible para ejercitar la vista con otros compromisos intelectuales, el texto que menciono y dentro de las múltiples atracciones que siempre mantendrán ambos países nutridos por una larga frontera material, social y espiritual, ha conmovido mi juicio interno de lo conocedor que puedo ser sobre la vida de ambos territorios por las motivaciones gemelas que pudieran darse dentro de la convulsa vida que pudiera ocurrir en cualquiera de las dos países hermanas. Y porque ello está a la vista en cuanto a los acontecimientos que se suceden, es oportuno traer a este espacio el recuerdo imborrable y tenebroso de aquel acontecimiento siniestro que marcó una brecha histórica demasiado ancha como para hablar de un antes y después de ese asesinato injusto, todavía sumido en penumbra de misterios, que impidió cambiar la paz de una patria integrada en un desarrollo cuestionable y que sirviera de impulso para la visión de otro país desconocido quizás, que con el huracán de aquel acontecimiento siniestro abre las puertas a una violencia étnica inusitada por la que el fronterizo territorio ha transitado en el lento vagar de medio siglo, con centenares de miles de muertos y desaparecidos como ejemplo del descarrío público que cambió la faz de Colombia, todo hecho en tan breve momento como para provocar un tsunami terrestre que con una ola gigantesca despertó los más siniestros episodios de maldad y de odio conocidos por muchos y que aún se atraviesan por encima de congresos de paz y otros aditamentos necesarios buscando que vuelva a Colombia la primavera de las  ilusiones para salir al paso mientras se construyen los fundamentos de un nuevo estilo de convivencia.

 Colombia, como Venezuela a lo largo de los siglos de su gesta ha debido transitar por caminos diferentes y complicados, donde se perfilaron los cimientos o estructuras de una nación diversa y multicultural, por lo que desde tiempos atrás han aparecido personajes de importancia con su impronta intelectual que no solo forman parte de la Historia en movimiento, sino que dejaron una estela luminosa como para abrir caminos en la intrincada senda del diario transcurrir. Por ello desde la independencia de ambas naciones, con los traumas vividos y un casi paralelo quehacer dentro de aquel mundo decimonónico que inspirado en ideas novedosas presentadas por filósofos y otros pensadores fueron colmando el siglo dentro del desarrollo que giraba entre la opresiva clase estamentaria y el concepto de una nobleza en decadencia, que dieron pie a la formación de partidos e ideas acordes con el tiempo, de donde al momento en Venezuela florecen grupos importados de novedosas ideas liberales como conservadoras, que mantuvieron en vilo todo el tránsito del siglo XIX hasta bien entrado el XX, desangrándose los países  con un desarrollo industrial en pañales y pensamientos en pininos como las izquierdas de diferentes escuelas cismáticas, mientras subsisten guerras continuas emparentadas y feroces, que para el caso y coincidiendo en el tiempo fueron de los Mil Días en Colombia y la lenta entronización en Venezuela de un cambio con perspectiva que pudo llamarse la larga dictadura gomecista. Pero en este andar de parte y parte fronterizos la figura de los caudillos se sostiene entre puntas de lanzas y combates para luego emerger por allá en los años veinte otras figuras con ideas de mejor contenido, como fue el necesario cambio de un mundo feudal conservador para entrar mediante los votos en lo novedoso del siglo XX, cuando emerge en Colombia el partido liberal que con una pléyade de figuras como Olaya Herrera toman las riendas del poder para cambiar la faz hacia un  nuevo país.

Es en este momento de los años XX cuando aparece en Colombia un joven luchador que con otra visión estructural desde un inicio aspira a ser Presidente de la República, mientras suenan los claros clarines de aquellos que cantaba el nica Rubén Darío. Pues bien de este que ahora vamos a señalar futuro líder Jorge Eliecer Gaitán, es bogotano al aparecer nacido en los albores del 1900 como hijo enfermo y flacuchento de una maestra con ideas progresistas y de un autoritario y terco vendedor de libros usados, lo que daba apenas para comer, pero como el muchacho de tez morena y desenfadado tenía imaginación para el porvenir con un rigor de estudio y entendimiento se abre paso cual meta a sustentar, de donde con esfuerzo del bolsillo pero no de la razón va a la Universidad, se gradúa de Abogado, y como le gustaba la carrera penal para defender a tantos apremiados de justicia con mayor impulso se va a Roma para oír y entender al gran maestro Enrico Ferri, que lo colma de ayuda intelectual, y luego graduado con algunos honores regresa a Colombia a fin de comenzar una vida que lo encaminará a toda costa para defender al necesitado. Ya establecido en la capital bogotana comienza su fulgurante carrera política en un  viaje diverso oscurantista, sujeto a la defensa de los humildes, deslastrado de guaches, que aspira al cambio social y donde se hace conocer con el famoso caso de las bananeras y la masacre habida entre costeños, tan bien descrita por el nobel García Márquez, lo que le lleva a acercarse con puntos de vista personales al bajo pensamiento liberal de entonces.

 Para llegar al luctuoso 9 de abril de 1948 fue necesario correr mucha sangre y sufrimientos o adversidades dentro de aquella sociedad recogida,  mediatizada desde un inicio y sometida a dictámenes de arriba que profundizaron consecuencias como fue el caso revolucionario de los Comuneros, hechos que desde luego bullían en la mente de aquel pupilo que se formaba para ser un político didáctico, según el pensar de Braun. De un inicio y como para ampliar el radio de acción Gaitán fue un ser impredecible,  desconcertante que confundía a los críticos como hombre excepcional, cuando no entendieran en qué aguas navegaba y sin saber a ciencia cierta si en lo interior era socialista o fascista o una suerte de mezcla explosiva en ese sentido, siendo en el fondo un pensador en continuo experimento de las ideas, poseído de cierto estilo distinto, mientras  en su existencia jugaba una variedad de papeles mediante el uso de posiciones radicales, todo ello practicando la política como un acto magistral de equilibrio, lo que le suma una adhesión popular sin precedentes, como atisba a escribir el crítico Braun. Desde luego que el mundo social lo llamaba para acercarlo al partido liberal lleno de vicios y caudillos pueblerinos, guardando ciertas distancias, mientras estudia de corazón el Derecho y le fascina la idea de ser presidente de la república. Así entre becas, estudios, desórdenes que encabeza contradiciendo a profesores y otras singularidades más de su carácter convulso ingresa en el mundo de la política para apoyar al poeta Guillermo Valencia a la Presidencia  republicana, y mediante el despliegue de su verbo estudiantil con rapidez Gaitán sale en hombros de la multitud. Desde 1920 ya abreva en el Derecho, con la palabra injusticia que lo fustiga, va a Roma, estudia, conoce de diversas materias y regresa a Bogotá para trabajar en el sentido impetuoso profesional.  A los 26 años ya parece encontrar un camino político cierto, original, visionario del mundo y alejado de la tradición empecinada, mientras se distancia de ciertos esquemas pero con un profundo arraigo popular, nada propulsor de esquemas marxistas, mientras circula por la fama en su carrera profesional. A fines  de la década del treinta sobresaliendo en el mundo liberal piensa en su ascenso al poder con un verbo  de frases estereotipadas al que se prestaba atención, con discursos de largo alcance en la calle o en el Congreso del que forma parte, ofreciendo detalles efectistas, como cadáveres mutilados, injusticias y accesos de cólera, con signos  de su gesto duro y agresividad en el lenguaje, como motivos recurrentes de su oratoria popular, al tiempo que Enrique Olaya Herrera lo escoge como Segundo Designado a la Presidencia y preside la Cámara de Representantes, siendo ya en solitario figura suprema del ala izquierda del Partido Liberal en el mundo conservador que le rodea, mientras al “Negro Gaitán” rezagado por sus ideas algunos liberales y conservadores le atacan, cuando abandona definitivamente  al grupo liberal en octubre de 1933, esperando así los cambios históricos en la sociedad colombiana. Gaitán regresó al Partido Liberal  luego de dos años de ausencia convertido en gran figura nacional y en Alcalde de Bogotá (1936), con otros modales y su gracia característica, mientras asciende en el poder junto al vaiven social que domina aquella capital, ayuda a la clase menesterosa y embellece la ciudad, antes de volver a la vida privada.

Ministro de Educación, donde se enfrenta a las ideas eclesiales, y del Trabajo, espera una oportunidad presidencial. Reforzando su atractivo magnético dentro del país político y el nacional, con arreglos a puerta cerrada, mientras continúa su habilidad para introducir confusión (base del éxito obtenido) en cuanto le concierne, jugando así un doble papel teatral, al tiempo que se agudizan las divisiones liberales entre maniobras y posiciones ambiguas. “Sabía lo que hacía” este orador nato y maestro de la escena, que años después  en algo y mucho se copiara (retórica, acento lírico, ilusiones, etc.) el malogrado y sufriente de delirios de grandeza Hugo Chávez Frías. Gaitán, “aventurero peligroso” ahora se había convertido en otra amenaza con sus avalanchas multitudinarias. Va con Turbay Ayala a unas elecciones presidenciales, que pierden pero Gaitán, el demagogo, las transforma en victoria para él, como disidente en ideas, mientras se desarrolla la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, y allí el orden público ya depende de lo que diga el doctor Gaitán. Así llega el siempre recordado y terrible 9 de abril de 1948. Hombre de patear calles y vida de café, nunca pensó que podía morir al ser una amenaza social y en ello ahora muchos coinciden.  Orgulloso, bien vestido, transcurre la una de la tarde de ese viernes y acicalado como buen cachaco, mientras sale de su oficina para almorzar en compañía del político Plinio Mendoza Neira. Por cierto y ya que es importante decir, a las tres de esa tarde el Negro Gaitán tenía cita con un recién conocido y fogoso joven cubano al que llaman El caballo Fidel, en referencia con su estatura,  delegado entonces a un paralelo Congreso de Estudiantes Universitarios coincidente con la Conferencia Panamericana, mientras a la una y cinco de la tarde juntos salen ambas figuras liberales, acompañados de tres amigos atrás, y al momento sonaron tres disparos y luego un cuarto, mientras Gaitán cae pesadamente al suelo, boca arriba, bañado de sangre en la cabeza que le brota, dificultad para respirar y muy poco pulso, con dos tiros en la espalda que le perforan los pulmones  y el tercero alojado en la base del cráneo, es decir que ya estaba en fase de extinción vital. El asesino de inmediato fue aprehendido, que es Juan Roa Sierra, supersticioso deschavetado mental y sufriente por igual de delirios de grandeza, al tanto que Gaitán es llevado a la cercana Clínica Central, con los peores augurios. Entretanto ya se oían alaridos populares y sollozos compulsivos, mientras se daban  gritos callejeros de que ¡Mataron a Gaitán¡ y al asesino se le resguarda al fondo de la Droguería Granada, al tanto que este homicida afirma sobre el asesinato que hay “cosas poderosas que no pueden decir”. A poco entraron algunos  al sitio de su guarda, de donde es extraído a empellones, agarrado del pelo y se le arrastra violentamente sobre el pavimento mientras que la furia popular se ensañaba con alguien a quien nadie conocía. Gaitán no recuperó el habla ni el conocimiento, mientras el despojo humano del asesino era arrastrado por la carrera séptima hacia el Palacio Presidencial.  Y la radio de entonces llevó la trágica noticia a todos los rincones del país, con lo que se instiga los graves disturbios a venir, algo así parecido a lo del famoso caracazo habido en la gran Caracas, años después.  Así poco a poco las calles de Bogotá fueron llenándose del pueblo indignado por lo que acontecía, como una turba encolerizada que deseaba plantarse en las puertas del Palacio Presidencial, o sea ante el propio Mariano Ospina Pérez, exigiendo venganza, o lo que se llama la vindicta pública. Desde ese momento el orden social comenzaba a desmoronarse en Colombia con los violentos casos a sobrevenir que darían un vuelco de 180 grados a la vida de la nación.  

 Como buen político conocedor  ante la arremetida imparable popular el Presidente Mariano Ospina declara el estado de sitio y la severa censura mientras el populacho enardecido y muchos ya borrachos de aguardiente o chicha comienzan a hacer de las suyas en un caldo de cultivo tan propicio. Así se inicia un capítulo presidencial sobre el affaire en mientes, donde aparecen figuras como el desubicado Laureano Gómez y el astuto tolimense Darío Echandía, cuyas discusiones y entretelas darían para escribir  un tomo mayor. Por su parte la ciudad y en especial el importante e histórico centro, lleno de joyas coloniales, comienza a arder por cuadras y más cuadras de edificios, mientras los delegados presentes a la Conferencia Panamericana sienten cierto temor sobre sus vidas y el americano General Marshall toma ciertas medidas de cautela en salvaguarda de sus intereses. Entretanto, además, la chusma gaitanista ennegrecida por el humo y cenizas circulantes estaba destruyendo la ciudad, no con ánimo de saqueo sino con sed de venganza. Como segundo episodio de la revuelta los ensoberbecidos viandantes recurren a la violencia para abrir ferreterías que guardan objetos de labor, esta vez criminal,  que es cuando los soldados abrieron fuego para amontonar heridos y muertos unos encima de otros. Y como Dios es grande, para no decir Alá, una lluvia que matiza en la ciudad permite que las llamaradas no sean peor en medio de algunos diez mil hombres ávidos de sangre, la totalidad de la Policía Nacional que se pliega al furor del momento y los fanáticos suicidas que ya bajan desde los cerros aledaños. Mientras los dirigentes del gobierno concluyen en que lo sucedido es una conspiración comunista internacional preparada con ocasión de la Conferencia Panamericana, y en tanto que el píllaje continúa,  la mayor parte de los edificios públicos arden mientras la turba humana sigue enloquecida y reina la oscuridad, o sea el servicio eléctrico, a ello sumándose la quema de vehículos y la pasividad de los militares por el temor a que los soldados pasaran a las filas enemigas del orden. Entonces se saquean archivos y escritorios, arden tranvías y automóviles privados, los embriagados se trepan a los techos vecinos, y la plaza de Bolívar se llena de cadáveres, porque la consigna de estas mentes enfermas era destruir todo lo que hasta ahora era respetable, arrasando almacenes  al tiempo que se arrojan las mercancías a la calle. En un raro efecto social de pasiones primitivas y para ahogar el miedo las partes beben sustancias tóxicas en un rito satánico, mientras se amontonan escombros notándose montones de excrementos en las calles, en el deseo colectivo de exterminación. Y todos los edificios centrales del gobierno (extendidos en doce cuadras de largo y siete de ancho) caen en esta suerte de maldición satánica, hasta cuando aparecen los infaltables cocteles molotov, y se penetra en los edificios religiosos para quemar libros, destruir altares y allí también defecar. Gravemente averiados fueron 157 inmuebles de alto valor y 103 en su totalidad  destruidos, mientras el alcohol se convierte en base de solidaridad, sin distinguir entre liberales y conservadores, la multitud se vuelca hacia los símbolos del poder político y sin tomar en cuenta a los delegados extranjeros que cerca sesionaban en la por demás importante Conferencia Panamericana. De aquí que según se asienta, el llamado Bogotazo fue un asunto entre colombianos.   

 ¿Cuántos murieron aquella tarde fatídica de anarquía total?. Nadie lo sabe  aunque por análisis  se cuentan miles. Los cadáveres fueron recogidos con premura en fosas comunes para evitar epidemias, mientras los americanos allí presentes calcularon en 2.500 los heridos, como en cualquier ciudad importante europea de la Segunda Guerra Mundial.  Valga recordar que Fidel Castro nunca pudo reunirse con Gaitán (los comunistas colombianos eran pocos y opuestos a sus prédicas anárquicas), aunque actuó en la asonada popular, como lo asienta Braun, en ataque con fusil a una estación de policía, aspirando ir contra el Palacio Presidencial, pero lo que sí hace es colarse en una emisora de radio y tratar de convencer a un grupo de soldados para que se unan a la muchedumbre encolerizada. Finalmente y ya acabado su trabajo, el delgado cubano en la Conferencia Panamericana lo ayuda con rapidez a salir del país. Pronto la violencia entró en las campos de Colombia mientras varios escogidos para suceder a Ospina declinan la postulación y éste suelta la famosa frase “Vale más un presidente muerto que uno fugitivo”, pronunciada por el antioqueño Ospina Pérez que tranquiliza entonces los espíritus revueltos y los ánimos de lucha,  desvirtuando así una guerra civil inevitable. De esta forma los conservadores siguieron en el poder, mientras Ospina estaba convencido  que los comunistas eran responsables de la asonada. Entre tanto se abrió una investigación sobre Juan Roa Sierra, sobre su vida y misterios, que alcanzó oficialmente la bicoca de 25 años, y hasta 30 en verdad, donde nada pudo demostrarse en contrario sobre el grupo de salvajes intervinientes extraños al país y donde intervino de manera especial el grupo detectivesco de la Scotland Yard británica, sin llegar a conclusiones e incluso en ello fue investigado el venezolano Rómulo Betancourt, presente al momento en Bogotá, por su pasado comunista. Es bueno recordar también, que  cien mil personas  asistieron finalmente al entierro del doctor Gaitán,  cuya figura rompió en dos la historia colombiana al extremo que el próximo 7 de agosto de l.950 el Negro Gaitán hubiera alcanzado la Presidencia de la República. Y ya para ese año la violencia había consumido a 19.000 colombianos.     

 Voy a dejar aquí en claro y abierto este trabajo para que usted con perspicacia lo continúe y termine, atando cabos desde luego, porque es mucha la tela por cortar y bastante los implicados tras bastidores. Enhorabuena, pues, a objeto de que con paciencia saque nuevas conclusiones que le permitan interpretar todo aquel sibilino entramado de  entonces, porque con hechos como ese y los paralelismos usados desde antaño, o los mismos montajes que se fabrican a diario, algunos kamikazes de fortuna alborotan el gallinero latinoamericano para sonar, cuya pasión del ruido más les interesa. ¡A la carga¡.   

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