sábado, 1 de marzo de 2014

EL PROMINENTE REINO DE LOS CUICAS (III).

               Al doctor Kaldone G. Nweihed, embajador,
profesor titular de la Universidad Simón Bolívar de Caracas,
experto  en derechos del mar y fronterizo. 
Dedico. 

Amigos invisibles. En esta tercera parte del trabajo referido a los indios cuicas que en Venezuela ocupaban inicialmente el territorio del Estado Trujillo y algo más de sus fronteras, abordaré nuevos temas importantes para en su conjunto con el agregado que ahora se integra referido a otros estudios interesantes, valga decir la vida mercantil, social, cultural, religiosa, animista, jerárquica, lingüística, a lo que se suman algunas estimaciones referidas al desarrollo popular como las constantes necesarias para hacer alusión a la nación cuicas, todo ello sea suficiente a fin de darse uno cuenta detallada de esa nación con sus atributos específicos de independencia y trabajo sostenido desde el arribo de los españoles a su territorio y el lento mestizaje que se inicia, hasta cuando a fines del siglo XIX ya en los estertores de su desaparición racial apenas quedaban algunos ejemplos de sus características mantenidas por la población acaso senecta que en las altas cimas cordilleranas con valiente desafío temporal se mantenía y cuyos restos culturales de identificación se salvaron gracias al paciente trabajo del polígrafo trujillano Rafael María Urrecheaga, quien mediante el uso de la paciencia se dio a rescatar en cuadernos que enseñan los  vestigios de esa cultura a través de la madre nutricia del lenguaje por ellos utilizado, así como de otras aportaciones requeridas para que aún sepamos sobre la vida y misterios de esta importante nación cuicas.   Seguiremos pues en este empeño.
LA VIDA MERCANTIL.  OPERACIONES ARITMÉTICAS.
         Los cuicas se autoabastecían de las necesidades primarias, pero con los caribes (jirajaras) tuvieron relaciones de trueque en la compra de sal y el veneno curare. Producían además buenos tejidos de algodón, que comerciaban con las tribus chamas y hasta con los españoles establecidos en El Tocuyo, fuera de intercambiar por ese camino mayor andinas papas, cacao y  maíz seco (puratí).
En cuanto a las transacciones comerciales intertribus y más allá de ellas, usaban la permuta  de manera principal, pero además con los vecinos a ellos sacaban cuentas  (saysay) con el valor  de bolas de hilo, semillas de cacao, papas o maíz, y en general sabían contar en montos pequeños, pero hasta la decena (tabis), con el uso de las dos manos, y de allí seguían en múltiplos, por lo que para expresar once, doce, etc., sumaban diez mas uno, mas dos, etc.; y para veinte (gem), dos tabis,  treinta  tres tabis. El ciento era contado tabis, tabis o diez dieces, el doscientos, gem tabis, tabis, y así de continuo, en lo que también usaban múltiplos, como mavishuent, o nueve veces (tres en tres veces) y mapivita (ocho suma dos cuatros, o gem piti). Para realizar estas simples operaciones  de cálculo aritmético los indios utilizaban cuerdas anudadas de a cinco lazos, y el “cay” o sartal de cuentas blancas y verdes (“quitero” en las realizaciones monetarias), hecho principalmente de huesos, piedras y conchas perforadas. Con relación al mes (cumben) de seis porciones, y a la semana cuicas (toshita), diremos que este era seguido al paso de la luna y sus fases, de donde fue apenas de cinco días, contados con la mano, pues al sexto movimiento lunar venía el cambio del astronómico satélite acorde con el ciclo en función de esta luna y también de la semana.
ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS.
   
      En  el sentido antropológico el cuicas era de vocación gregaria, familiar, viviendo en chozas redondas de bahareque y palma, con preferencia en villajes al mando del cacique respectivo, además con gran estimación comunitaria, sin ser en especial monógamo, con tendencia matriarcal y donde el tío y el sobrino (cubakchó) además tenían importancia en la continuación de la familia, por herencia ancestral muisca cundiboyacense. Fueron de carácter callado, introvertido y melancólico, como su música de siempre. No eran tampoco antropófagos o belicosos, esto salvo en los casos  de salvaguarda de sus territorios y familias.
         De mediana estatura, tenían la cabeza redonda, la tez morena, en las mujeres el busto y la cadera desarrollados, los ojos oblicuos y negros, con los cabellos lacios y largos. Prácticamente  no existían calvos, pero sí muchos barbilampiños.
LA JERARQUÍA TRIBAL.
         Dentro del ordenamiento igualitario primitivo de los cuicas, no por ello existió una jerarquía  que permitiera la convivencia pacífica, en la que destaca el tabiskey (“el de las diez plumas”, que las usaba en la cabeza como símbolo de alto rango), indígena principal (su mujer o pareja concubina es la kushunduk) en el que prevalecían elementos especiales de fortaleza corporal, probada en circunstancias  oportunas, como igualmente de descendencia, rasgos característicos que incluso se  transmitían a través de tíos y sobrinos a raíz de cualquier fallecimiento, lo que venía a ser otra de las costumbres de origen ancestral muisca.   Por debajo del tabiskey en un gobierno masculino existían el hijo mayor (kushik) o sus hermanos, los jefes subalternos ayudantes y los chacoy o caciques temporales de cada tribu, que tenían preponderancia en el mundo cuicas de acuerdo a lo importante de la parcialidad autónoma que dirigían, y por algunos aspectos personales. El consejo de los ancianos de la tribu también era tomado en cuenta, debido a su larga experiencia y memoria de los hechos, a veces heredados.
EL MOHAN.
         En aquel mundo indígena que aquí se determina también era de destacar la figura del “mohán”, voz de origen chibcha, que hacía las veces de hechicero, brujo, piache, sacerdote (toy) y curandero o médico tribal, quienes se acompañaban a través de ceremonias de carácter religioso, el uso de ingredientes ocultos en una suerte de esoterismo entre las tribus, y el empleo además de medicinas naturales y alternativas. Herramienta fundamental de su escenario creyente fueron los “chorotes” o ídolos de barro con diversas formas humanas, que hacían sonar, correr, andar y bailar, por obra de la superstición y el movimiento. A ellos debían “pasar” o ingresar la enfermedad del paciente, por medios  taumatúrgicos de soplos e invocaciones.  Su trabajo lo realizaban indistintamente en adoratorios, casas y cuevas (por ejemplo la Teta de Niquitao), donde se servían de plumas, maracas o sonajeros de calabazos (totumos) y fetiches de barro para las ceremonias hechiceras, en medio de un ambiente propicio. En aquel mundo de la magia y lo desconocido esta valiosa figura sacerdotal tenía una importancia destacada, pudiendo ellos ser polígamos y andar con vestimentas de rito especiales, incluidas las placas pectorales en forma de murciélago. Contra algunos influyentes mohanes, que detentaban el poder ancestral de la raza, fueron muy duras las autoridades españolas, persiguiéndoles a fondo y destruyendo toda su magia cautiva y los conocimientos aplicables, en una transculturización enfermiza y secular.
Entre otros notables hechiceros, que se resistieron hasta última hora en defensa de la memoria de sus pueblos y creencias, podemos contar a las siguientes figuras perseguidas: 1) La curandera de origen tostós y apellido Biafara (sic); 2) La mohana boconesa Mauricia Bolsones; 3) El boconés Pablos, santero de fama e idólatra consumado, recibiendo por ello numerosos azotes, “atado al poste (de ignominia) de pies y manos”; 4) El mohán siquisayero Mateo Frontino, castigado duramente por ser hereje conocido; 5) Salvador Pérez, a quien se le siguió severo juicio punitivo inquisitorial, también por causa de idolatría; 6) El principal indígena Santiago de Esnujaque, por hacer “diabólicas ceremonias” de culto; 7) Lorenzo de Urbina, famoso cacique hecho sacerdote mohán, quien reverenciaba a un muñeco de oro junto a muchos de su comunidad, y que por brujo y supersticioso en la tortura característica debió cargar una pesada cruz a cuestas y siendo arrastrado con una soga al cuello, mientras que por orden de la condena impuesta en el cumplimiento exigido recibía sobre su cuerpo cincuenta duros azotes, siendo por ende excomulgado, a lo que se sumara diez años de presidio y otras sentencias adicionales; 8) El mohán boconés Juan Bautista Vásquez, a quien se le enjuicia severamente porque mediante fórmulas mañosas cuanto prohibidas “hacía llover sobre los conucos”; 9) El curandero indio Juan Benito Vásquez, quien en una mezcla sincrética de santerismo indígena y religión cristiana, se autotitula obispo y por ende ordena sacerdotes, realizando el hereje actos no permitidos y misas condenables ante un emplumado “muñeco de monstruosas formas”, rito que ejecuta este curandero en horas avanzadas de la noche, al son de la música, chichas embriagantes y solicitado aguardiente catalán; 10) Don Agustín, cacique tirandae, a quien igualmente por sus desmanes religiosos condenables se le azota y hace abjurar de la mohanería, so pena de mayores castigos; 11) Los caracheros Don Cristóbal y Don Domingo (éste en septiembre de 1713 (recuérdese que la reina católica Isabel había otorgado a los caciques el título de Don), a quienes en conjunto por ser parte interesada la autoridad tribunalicia les sigue juicio inquisitorial al considerárseles idólatras consumados, por  “tener “74 ídolos y 24 casas de adoración y ofrenda”, que se les confisca y destruye, para después de ser presos y enjuiciados mediante rituales cristianos hacerles duros exorcismos a objeto de sacarles a estos posesos el demonio que tienen integrado en su ser, como también se les encadena y azota  innúmeras veces, en forma ignominiosa cuanto cruel.  
Todos estos mohanes actuaban “por obra del espíritu malo o del demonio”, según la versión frailuna inquisitorial que manejaba con rigor en el mundo católico romano la Orden de Predicadores, la que por cierto para estos juicios especiales tenía establecido un Tribunal en la ciudad de Trujillo y sufragáneo por ende del radicado en Cartagena de Indias. Sea oportunidad a fin de recordar que el pirómano obispo franciscano fray Antonio de Alcega, horrorizado por el predominio idólatra de los cuicas, solo en 1.608 quemó personalmente “3.000 ídolos de los que adoraban los indios”, destruyendo a su vez 1.114 fervientes santuarios de  veneración pagana, por considerarlos casas y sitios indígenas para sostener esos diseminados cultos prohibidos, a lo que se agrega otros 400 ídolos que por orden e instrucción del duro Alcega se quemaron también, todo según rezan documentos de la época.  
ASPECTOS RELIGIOSOS INDÍGENAS.
         Una demostración del ambiente cultural de esta nación cuicas identificada, sin lugar a dudas la de más desarrollo social en la Venezuela prehispánica, fue lo tocante a la religión que profesan, aspecto importante para aglutinarlos como un conjunto orgánico social. De aquí que con sus experiencias y recursos  ancestrales dentro de un sincretismo religioso pudieron sobrellevar la carga de lo ignoto hacia el mundo mágico de lo sobrenatural, que es uno de los rasgos difíciles de toda sociedad primitiva en cuanto al ser  y el más allá de sí mismo. Por ello  dentro de la herencia muisca cundiboyacense y dialectal muisskkbun adquirida  y en contacto con las realidades fácticas dentro del entorno animista en que vivían, los cuicas eran respetuosos de su ambiente, del medio que los rodeaba, y temían la carga de los excesos del mundo que  también los cercaba. Por ello el sol y el agua, es decir la sequía o las inundaciones, fueron elementos a recelar siendo fundamentales en la vida cotidiana de aquel pueblo importante. Además, en el ambiente de lo esotérico los cuicas transmitían mensajes recordatorios  por medio de cuerdas anudadas.
        
Dentro de una teogonía fundamental, en la creencia del Ser Supremo, de Dios (Wo), o Gran Espíritu creador (kachuta narambeuch), dichos indígenas rendían culto al Sol como divinidad especial (naurepa) y al tiempo para adorarlo por ser dios superior (reupa), igual a como lo hacían los chibchas colombianos en el Templo del Sol, éste construido en forma circular y horcones de madera y techo  situado en Sogamoso (Boyacá), o el homenaje al dios Xue (por cierto Sue  es apellido familiar existente en Trujillo), de forma cónica angular. En otro contexto la luna (chaseugn) era divinidad  o madre que ampara. Y luego venían algunos cultos menores cuanto nocturnos, como el del mortuorio murciélago (tontsú), de otros animales y en especial la rana cantora (figura intermedia, símbolo chibcha de la lluvia y espíritu de las aguas, ambos reflejados en prendas ceremoniales. Igualmente aparecen del entorno sideral la luz (shep), el día (tshabú), el calor (sbúts), las siembras (suruk), la tierra (tapó), las estrellas (tscheuch) y los cuerpos radiales del universo, el peligroso viento (heurkuch), que arrasaba con las cosechas (taspa), la temerosa lluvia (sok, srendeu), que destruía o anegaba los plantíos, el agua (shombuch), elemento primario y parte fundamental de la vida, y la centella (wasré), entendida como ira desatada del cielo.
         Los cuicas creían de antiguo en el culto a los muertos (quizás por el origen muisca y este de los mayas y otros pueblos centroamericanos, de donde provienen), la imagen dolorosa de la muerte y la inmortalidad del alma. Profesaban igualmente la veneración a los cuerpos celestes y temían (cuiqui) a la noche (chfeui), los temblores terráqueos (añeu) (Trujillo es zona sísmica), también a los seres maléficos, es decir a Keuña, ente perverso o diablo elevado en esa potestad. En cuanto a Quiaque, diabólico también, es un ser sobrenatural de uñas grandes  y cabellos largos, de ronca voz y barba patriarcal, que azotaba a los indígenas cuando sin causa dormían fuera del bohío, siendo así un símbolo recordatorio y atemorizante del extraño barbudo por venir (pues de antes, en las viejas creencias ancestrales se esperaba el arribo invasor de un ser blanco y barbado) y de la cohesión familiar tan necesaria. En un nuevo contexto el temido Quirachú era otro ser dañino que se hallaba presente en las sesiones del templo sacramental, esta vez expuesto como signo de negación.
  
       El mundo iconoclasta o de la imagen de sus dioses se le representaba mediante ídolos huecos cocidos de barro, los que produjeron por millares y en diferentes formas de presentación, parecidos a los “tunjos” de la cultura muisca que desprendían sonidos, como insuflados de un alma profunda, por tener para ello guijarros sueltos o cuentas en su interior hechos en formas de jefe sentado, viril, sosteniendo recipientes en las manos y el totémico órgano genital o el reproductor femenino, etc. Dentro de aquel ambiente mágico y religioso debemos hacer mención especial  del templo (kchuta) que se dedicó a la diosa Ikaque, hecho con horcones y palmas, situado en Quibao, altiplanicie cercana de Escuque, donde por cierto debido a causas naturales en ciertas épocas del año allí se concentraban algunos sorprendentes arcoíris (tisteu), los truenos o relámpagos (wasré) y las aguas celestiales (mimbok). Ikaque era la diosa protectora de las cosechas, ella de espíritu bondadoso y fertilizante, a quien se dedicara el gran santuario de tres naves en forma de caney revestido de palmas y en cuyo interior central entre porta ofrendas decoradas, tripoidales, candelabros y lámparas o braseros realizados con cabezas de animales y encendidos tales signos religiosos con manteca de cacao, en dicho lugar los indios adoraban a un ídolo de oro de buena dimensión, esférico, sedente, en postura ritual, con el sexo femenino visible, como recuerdo a la continuidad de la especie. Ikaque representaba el agua, el emerger de la vida y la cosecha, a la que reverencial hacían ofrendas de ovillos de hilo, quiteros, sal, piedras labradas, mantas, plantas medicinales, etc., y hasta sacrificios de seres vivientes, como venados (kumbay), con cuyas numerosas astas adornaban el caney de los ritos. Este templo de ceremonias y obsequios tribales, fue saqueado en su totalidad por los españoles intrusos al mando del criollo coriano Diego Ruiz de Vallejo a fines de 1548 y en su viaje descubridor  rumbo a Boconó, quien para esta operación destructora se acompañó del renegado cacique Combute, indio perverso (ualipó), vengativo y principal carachero, que mantenía enemistad con los naturales escuqueyes.
         En próxima emisión de este trabajo abordaré como final  algunos nuevos temas necesarios para el conocimiento de ese importante pueblo indoamericano, a quien hoy los especialistas en la materia tanto aspiran conocer.    


 
 
 

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