lunes, 25 de junio de 2012

PARA CONOCER LAS ENTRAÑAS DE BOLÍVAR




            Amigos invisibles. Para conocer las entrañas de Bolívar hay que someterse primero a una paciencia de investigador veraz, porque fuerza es decir que su múltiple ocupación a lo largo de la vida dispersa da motivo a un análisis fuera de lo común, por lo complejo de su andar y porque como persona cambiante o multiforme por encima de que demostrara otra manera de ser, ello impide enfocar de una manera diáfana los múltiples facetas de su personalidad, que para bien estudiarla sería necesario convocar a un equipo multidisciplinario formado por especialistas en materias tan diversas como la historia, la politología, ciencias sociales, el arte militar, la diplomacia, economía, finanzas y otras múltiples especialidades científicas que a través de la interrelación en conclusiones expeditas podrían acercarse a quien destruye un imperio y en medio de una vida privada que no lo fue tanto por el qué dirán, para de esta forma si no exacta verdadera, poder llegar a determinaciones concluyentes que descifren ese enigma inconcluso que hoy reposa sobre la cabeza de Bolívar, exaltado a la fama sin mucho amor por unos y descendido del empíreo de una gesta inmortal para otros, que entre críticas y avalanchas históricas le comprometen en el nombre, al tanto que la Historia con Napoleón Bonaparte y el denodado caraqueño juegan el primer lugar de la reseña pública en el tan malogrado pero despierto siglo XIX. 

            Para adentrarnos en esa nueva faceta bolivariana, de las tantas que ya he tocado en este blog y en lo que me ha servido de compañero el recordado Aarón de Truman, vamos a entrar por la puerta grande a fin de descifrar qué tenía Don Simón en mientes cuando debió enfrentarse a una situación compleja y en qué forma pudo salir de la maraña planteada, para lo que sencillamente aplica una técnica que el italiano renacentista Nicolás Maquiavelo describe en su inolvidable libro menor “El príncipe”, en 26 capítulos muy escogidos como tan usado en las cuestiones políticas desde los tiempos del florentino Lorenzo de Médicis, de quien fue su embajador varias veces y que aún por encima de la evolución de esta ciencia tan compleja, la utilizan algunas autoridades para imponer su sedicente diktat. Y viene a cuento este valioso tema conocedor de la razón de ser del caraqueño en cuanto se afirma que su pensar y disponer es maquiavélico, refiriéndose al distinguido Nicolo Maquiavelo, cuando en perífrasis asevera el colombiano Juan Lozano y Lozano que “la mejor manera de ser maquiavélico es negarlo”, a lo que en otro contexto de la razón histórica el académico merideño Simón Alberto Consalvi aclara que el Manifiesto de Cartagena, obra bien conocida de El Libertador, “está redactado al estilo acomodaticio, mimético o fingidor, [en que] perdona a Mariño, a Páez y a Santander, [mientras] ensalza en demasía a algunos amigos o funcionarios”, y valga la expresión ya impresa, Bolívar crea dramas convincentes y fabrica mentiras, y mitólogos oportunamente se las prepararon. Así lo apreciamos en el mentado sacrificio de Antonio Ricaurte en San Mateo [por cierto tenía este colombiano algún desequilibrio mental  heredado, con accesos de locura, según comenta el Libertador a su edecán Peru de Lacroix y lo afirma el nariñense doctor Sañudo], que luego confiesa paladinamente dicha falsedad al mismo militar galo: “yo soy el autor del cuento…… murió [1814] de un  balazo y un lanzazo, y lo encontré en dicha bajada [de San Mateo] tendido boca abajo, ya muerto y la espalda quemada por el sol”. Y en cuanto a los honores especiales de

                                       
héroes efectuados al cadáver de Atanasio Girardot, asesinado en Bárbula [l813] fue otra argucia política del caraqueño, como también lo confiesa sin inmutarse, aunque en verdad el antioqueño fue asesinado para robarlo, según asegura por escrito su paisano Francisco de Paula Santander.

            De esta manera sibilina por maquiavélica también Bolívar prepara la comedia sutil con traza de franqueza donde con la figura enmascarada engaña al conocido León de Sampayo, general Pablo Morillo, para que sin tropiezos se devuelva a España, y también a sus contrarios de posición monárquica, tal el caso de la Entrevista de Santa Ana, en Trujillo [1820], donde en las apariencia del teatro que allí crea se presenta mal vestido, montado en mula y sin acompañantes, como también hace todo un espectáculo trágico teatral dirigido hacia la posteridad con lo del horrible terremoto de Caracas, en 1812, como bien narra su coetáneo presente José Domingo Díaz, y también el teatral “juramento” romano en el Monte Sacro o el Aventino [1805], si se descarta el primero, para embebido con aura de grandeza culminar la escena quijotesca años después ante el absorto desaliñado Simón Rodríguez en la cumbre del universo o Potosí [1825], al exclamarle  en alta voz y ceño dictatorial, casi en delirio, “la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad”. Caso parecido ocurre con el Delirio sobre el Chimborazo, ficción literaria creada a fin de ensalzar la manida gloria de Bolívar y donde inserta la pluma el poeta Olmedo, aunque algunos lo consideran apócrifo al decir de Gerhard Masur, pero con muchos detractores y del que apenas se habló en 1842, delirio por cierto ampuloso y ramplón, según lo alude el finado Manuel Caballero. En este mismo ambiente sobre esclavos negros e indios en extinción también se tejieron muchas argucias bajo la capa del maquiavelismo  glorificante. La creación de Bolivia  para algunos es parte del repertorio de esos fracasos trágicos. Por algo el maestro Baldomero Sanín Cano califica al Libertador como “demagogo en la expresión más alta y más pura”. Y para demostrarlo en tantos acomodos oportunistas la bandera de Colombia por cuatro veces ondea en Guayaquil, en julio de 1822, acorde a las circunstancias cambiantes del momento, la que se ordena enarbolar o arriar, bajo este signo directo del poder maquiavélico bolivariano. Otro rasgo de maquiavelismo personal aplicado hacia la manipulación reeleccionaria y en la búsqueda del título de Dictador, que tanto le atrae es la inclusión sesgada en las tácticas disuasorias de su mando, como las consabidas en el fácil uso de sus “renuncias” al gobierno que hace en varias oportunidades, venidas a mi mente en siete oportunidades, tratando así de fortalecerse ante la opinión dudosa, o sea que recordemos realizadas en enero de 1814, a raíz del desastre patriota y el triunfo de José Tomás Boves; en agosto de 1818, cuando en momentos débiles anda todo confuso y derrotado; ante  el gobierno de Angostura, reacio a admitir algunas disposiciones que se imponen, en febrero de 1819; en el Congreso de Cúcuta, por septiembre de 1821, cuando se le torna difícil el panorama político; al salir en volandas del territorio peruano (26 de mayo de 1826); en la conspiradora Bogotá de 1828, y hasta en el agónico 1830, cuando ya este artificio gastado de volver a la carga le falla y no le sirve de excusa valedera en la ambición de mando.

            Dentro del desentrañar bolivariano que a manera de nueva autopsia practicamos, en cuanto a sus relaciones con los norteños Estados Unidos, afirmaremos que no fueron del todo amables, al extremo que Bolívar en cuanto a los extremos libertarios que sostiene empecinado y la tendencia  estadounidense en contrario con fines autoritarios, había dicho durante 1825 en forma clara  y categórica  que “….jamás seré de la opinión de que los convidemos [a ellos] para nuestros arreglos americanos”, al extremo demostrado de no invitarlos para asistir al Congreso de Panamá a efectuarse en 1826, por el peligro que conlleva, como luego se demostró fríamente con las fronteras mexicanas e intereses caribeños, aunque su subalterno general Santander no lo pensara así ni menos las consecuencias, ordenando tal invitación a sus espaldas, lo que debió enfurecer a Bolívar, según lo expuesto por estudiosos del tema. Fuera de que conocemos mediante la muy publicitada carta dirigida por el Libertador al coronel inglés Patricio Campbell, donde se refiere con sorna y hasta desprecio en referencia con los gringos que no respetan límites en sus ambiciones expansionistas, el caraqueño los consideró como “extranjeros” insertos en el problema americano y dificultosos para un entendimiento protector con Gran Bretaña, lo que buscó con ansia el caraqueño como medio de subsistencia ante un peligro fatal por parte de España o de otros países europeos. Sea oportuno dejar consignado aquí el contenido sustancioso de la larga misiva dirigida desde Guayaquil al Encargado de Negocios de Su Majestad Británica Campbell y enviada en agosto de 1829, tan usado como latiguillo en sus intenciones disuasorias por las izquierdas decimonónicas latinoamericanas. Tal correspondencia demuestra a los amigos ingleses la forma peligrosa de federalismo en la región que conlleva la política norteamericana y referida al poder hostil que utiliza esa potencia para sus arreglos en el continente, ergo el caso de la doctrina Monroe, la que ha sido tan manoseada por los intereses de la izquierda radical en su lucha constante contra aquel vasto imperio en formación. Valga aquí,  pues, reproducir la esculpida frase sentenciosa en bien de una primera lectura: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.  Otra demostración palpable de los conflictos con la nación del Norte se evidencia en cuanto a los intentos bolivarianos de independizar primero a Puerto Rico y luego a Cuba, con la resistencia inmediata que presenta los Estados Unidos en su tendencia hegemónica y de largo alcance sobre el amplio territorio insular del mar Caribe, mientras el proteccionista Henry Clay bajo cuerda da seguridades a la atribulada España en cuanto a su oposición a cualquier propósito asertivo en el sentido de estar a su favor.

Y para ahondar más sobre el tema agregaremos que el ministro americano en Bogotá, William Harrison, después Presidente por varias horas de los Estados Unidos, se liga estrechamente a la variada conspiración septembrina de 1828, y luego es figura central en el complot rabioso del general José María Córdoba, que lo lleva a la muerte en las manos inglesas del coronel Ruperto Hand, sin que ello comprometa a aquel imperio comercial. En referencia a estos mismos paralelos ideológicos el señor William Tudor, cónsul americano en Lima, por ser pro inglés llama al indispuesto Bolívar con epítetos de “dictador, usurpador, loco de Colombia etc.”, y por el lado opuesto el caraqueño descarga baterías cuando tildaba a los gringos norteños con inauditos motes de albinos americanos, canallas, belicosos, regatones, capaces de todo, egoístas, humillantes, fratricidas, y hasta de vende patrias, como asegura al detalle el profesor universitario Carlos Bastidas Padilla. Valga el aforismo “Lo que es igual no es trampa”.

            En cuanto a  los tratos corrientes con la Iglesia Católica y romana, ellos no fueron buenos, como se sabe y especula, sobre todo después de la batalla de Boyacá [1819], por el “fanatismo religioso” de que habla el masón y libre pensador que en verdad fue Bolívar, aunque católico de faz a su manera [Bolívar era ateo, como bien lo atestigua quien le fungió de edecán y secretario, el general O’Leary], o  sobre el aspecto moral de algunos sacerdotes, tal el caso de los frailes dominicos en el terremoto de Caracas [l812], hecho que lo atribuían a un origen divino, dominados ellos por el clero conservador hispano  y por ende monárquico, o el asesinato en Colombia del fraile capuchino Pedro Corella, la degollina que practica Jacinto Lara en las misiones del Caroní [1817], o el distanciamiento del padre Cortés de Madariaga, desde los albores de la Independencia. De “hipócritas, ignorantes, pillos y charlatanes” o ridículos, oportunamente los califica Don Simón, de donde en la respuesta adecuada o frenética al temor que causa el bando clerical [ellos siguiendo órdenes pautadas lo tildan de terrorista, perseguidor del clero y asesino de prisioneros], y dentro del arzobispado de Bogotá, que gobierna el doctor Juan  Bautista Sacristán, llenos de premura por cuenta de los jerarcas de sotana arcediano Juan Bautista Pey de Andrade y canónigo José Domingo Duquesne de la Madrid, al implacable caraqueño mediante edicto contencioso pues razonado (que violaban [sus tropas] el derecho de gentes, que iba a atacar la religión y sus altares, “…cuya irreligión e impiedad….  cuya crueldad es notoria…”) se lo excomulga, analícese bien, excomulga expulsándolo ipso facto de la Iglesia y las consecuencias resultantes, el día 3 de diciembre de 1814, aunque mediante anulación pronta de tal edicto terrible y el rápido cambio de las circunstancias a favor de Don Simón la Iglesia previendo otros resultados y mediante anulación del anterior edicto treces días después que no dejaban dormir con su conciencia al Libertador, se levanta la sanción que lo repone al seno eclesial, de donde tantos desorientados por el caso extremo entran en un nirvana de tranquilidad y compasión. Pero Bolívar no se queda callado y ante la arremetida romana que sostiene al monarca borbón por ser el enviado de Dios para las Indias, catorce años después el caraqueño confiesa a Peru de Lacroix que “el sacerdote es absolutamente innecesario, es un costoso e inútil mueble”, suerte de jarrón chino. No obstante ello, su entrada en el natal Caracas durante la última visita de 1827, o en el realista Pasto en enero de 1823, como en Quito, Trujillo de Venezuela que en las puertas de la Iglesia el obispo Lasso de la Vega ya reconciliado le presenta una cruz para que la bese, o con el condescendiente obispo Jiménez en Mompós, siempre
Su Excelencia hizo la entrada bajo la distinción del sagrado palio, a la manera de un emperador, y en este puerto fluvial con la dispensa y el apoyo del mismo metropolitano Jiménez entra de lleno a la Iglesia, y sin titubeos llamará después  Don Simón a otro obispo Jiménez, el de Popayán, o sea el ilustre cuanto ultraortodoxo Salvador Jiménez de Enciso Padilla,    malagueño y realista empedernido, quien tilda de “traidor” a Bolívar  y tira otra excomunión [Eduardo Arroyabe dixit], sin conocer los datos, “hombre abominable, criminal autor, indigno ministro”, aunque el fanático monárquico, vivaracho y pequeñín lo recibe también en su ingreso triunfal a la ciudad pastusa y frente al templo, bajo palio y el canto múltiple de un Te Deum, mientras que después de las rabietas aclaradas terminan siendo amigos. Cosas veredes Sancho amigo.

            De otra parte igualmente sabrosa pero que aquí sintetizamos más por la falta de espacio, el  obispo de Caracas Narciso Coll y Prat lo tilda caprichoso y autoritario,  déspota exterminador, suerte de nuevo Atila que se aprovecha de las alhajas eclesiales de Caracas y sacrifica a varios sacerdotes identificados, que incumple el indulto ofrecido por las vidas, desoye súplicas ante  las ejecuciones de 1813 y ordena con temor dar gracias en la Iglesia por sus triunfos sanguinarios, lo que fue menester obedecerle. Y siguiendo con estos personajes eclesiales tiene de enemigo que llama “maldito” al ilustrísimo arzobispo de Lima Luna Pizarro,  endilgándosele quizás por omisión el degüello de los  22 frailes en el río Caroní [1817], como las ejecuciones del fraile Corella [1815] o el cura ecuatoriano de Chota (1824].

            Dentro de ese juego de las entrañas bolivarianas podemos decir que Bolívar fue un liberal progresista de la corriente conservadora pero nunca un revolucionario ni para nada mencionó esa palabra ni siquiera en abstracto, ni su intención fue la de hacer un cambio social, sino que correspondía al pequeño burgués de aquel tiempo agitado, ansioso de poder a como fuere lugar, siendo apenas un reformador adaptado a los vaivenes del siglo XIX y porque le sonó la flauta al aparecer en el momento de la decadencia española y los terribles problemas internos que ella tuvo. Era un aristócrata mantuano y por ende con visiones evolucionistas, a veces reaccionarias, como lo aprecia John Lynch, un tanto carismático aunque las diversas tendencias izquierdistas de la época tenían una posición preventiva a sus ideas, como el caso específico de Carlos Marx. El Libertador soñó con restaurar lo monárquico republicano pero a su manera dentro del híbrido construido, con el puño cerrado mientras lo gobernaba una aristocracia de mérito, tradicional y progresista, lo que acaricia por algo más de ocho años, o sea desde el tiempo de la Entrevista de Guayaquil hasta el desastre final con su desaparición física. Consciente de esos graves reveses, de lo que deja segura constancia, aunque con astucia natural sabía convertir a las derrotas recibidas en triunfos espectaculares. De allí podríamos señalar numerosos fracasos que los eleva en triunfos, como los decretos educativos, el sistema lancasteriano, el ombligo pernicioso que es Simón Rodríguez, los intentos constitucionales no admitidos, la creación utópica de la Gran Colombia, el paso suyo por Cartagena, la ausencia de verdaderos amigos, que se pueden contar con las manos, las pérdidas de Puerto Cabello, primera y segunda repúblicas, la igualdad social entre las castas, la Convención de Ocaña, el Congreso de Panamá, de Angostura y Cúcuta,
las leyes decretadas en el Perú y Bolivia, el arreglo cuestionado del Perú y la masa informe que es Bolivia, el sueño libertario de Caribe, y el delirio de una Hispanoamérica con propias monarquías o sujetas firmemente al cordón imperial inglés, como los catastróficos años de 1812, 1814, 15, 16 y 18, sacan a relucir de la tumba a un fantasma lleno de utopías hiperbólicas imposibles de fructificar y por ello es que hoy coexisten tantas repúblicas en América nuestra que suben y se desinflan rápidamente de una manera original, donde cualquier caudillo o tirano adaptado al tiempo hace de las suyas creyéndose no ungido sino el propio Dios y donde la riqueza heredada se tira por la borda de la manera más inverosímil, siempre cantando a Bolívar pero nunca mejorando lo presente porque parece que el vudú nos invade y aquello que llaman “pava macha” los protege, aunque nunca sea tarde, para algún día recuperar lo que tanto hemos perdido desde 1810 en adelante. Los perros ladran pero la caravana pasa. 








lunes, 18 de junio de 2012

EL SUPERLOCO LOPE DE AGUIRRE



            Amigos invisibles. En Venezuela como siempre se han dado casos demasiado extraños o paranormales desde tiempo atrás, tan extraños u originales como únicos que han podido conmover la faz de la tierra esa que habitamos los que ahora saben leer y escribir, o mejor, expresarse por Internet, pues ya no se necesitan esos adminículos culturales de antaño para poder vivir algo cómodos, ni menos cargarse de títulos a veces mal encontrados pero que engordan el currículum suficiente al ego mantenido, a objeto de encumbrarse hacia una alta posición para cualquiera como sucedió a un ilustre rector universitario, siquiatra con postgrados a cuestas y alguna fama esgrimida política o no, porque termina asesinando en su consultorio a una pobre muchacha de visita a quien descuartiza o incinera que para el caso es lo mismo, con otros tantos atributos bestiales, macabro hallazgo no ha mucho sucedido en Caracas, la sultana del Ávila. Y hablo de tanto terror ya que a lo largo de cinco siglos de historia que han corrido por entre los vericuetos de la realidad dentro del territorio nacional, para colmo tenemos certeza de aparecer espantos tangibles a la usanza de Lope de Aguirre y el propio Bolívar que hacia sus enemigos contemporáneos eran como el Diablo de dos patas, mas que ahora un señor empecinado y lleno de equívocos mentales por la mala memoria aspira ser el comiquita televisivo de El Chavo, aunque sin contar con la diáfana astucia opuesta, y quien dentro de la estulticia histriónica pretende y al menos pretendía destruir imperios agarrado a un micrófono con el que despotrica por diez horas aburridoras y seguidas, aunque la mala jugada del traidor arcano le acerca la guadaña implacable que carga la Pelona para llevárselo sin otro chistar por más que rabie y patalee, dejando una estela azufrosa de recuerdos imborrables para que muchos lavados de cerebro y mentirosos de oficio también estrenen sin empacho camisetas de su líder al estilo Che Guevara, que acaso ya no serán obsequiadas gratis pero si demuestran un  origen endógeno o hueco negro de lo insensato, que es precisamente sobre lo que hablamos de forma circular o mejor circunloquial, porque las aristas que exhibe no permiten dar en el mero blanco de la paranoia clásica.
  
           Pues bien, dentro de esta maraña a recorrer hoy transitaremos por entre la cabeza de un loco supersticioso y agresivo narcisista e infalible que se creyó superior a todos y hasta del mismo rey Felipe II [tataraendo de aquel de la famosa imprecación “¿Porqué no te callas?], y fue tanta esa demencia esgrimida que riéndose bajo engaño de su propia desvergüenza al final de aquella trastornada ruta vivencial, pedía que le desvencijaran la cabeza, sin errar el tiro. Me refiero en este caso tan específico al mal llamado Lope de Aguirre, príncipe de otras tinieblas pero reconocido por extremista tira piedras desde antaño y hogaño, que naciera en el pueblo olvidado de Oñate, de origen vasco y cerca de Guipúzcoa, de clase media baja en tiempos de sequía económica donde la vida era dura para escoger porque no había mucho de qué subsistir salvo el grupo poderoso dominante aunque pequeño, de donde el infeliz Lope criado bajo techo de palma por una abuela respondona y envuelta en la miseria, desde muchacho debió ejercer duros trabajos no cónsonos con su manera de actuar despótica o burlona, superior a veces, aunque ayudado a subsistir por lusitanos prestamistas de alimentos, mientras se enfrascaba en algunas frescas e indescifrables lecturas indigestas que poco entendía como El Quijote o Marx, pero que le fueron taladrando la imaginación venenosa con sueños y castillos de nunca acabar. Mas como estaba de moda entre aquellos andurriales engrinchados que otros locos pero menos que él, habían descubierto un famoso El Dorado, donde todo era de oro, y andaba por esas tierras de caníbales e indios prepotentes un tal Juan Ponce de León, vallisoletano viejo y ajustado a no ser real por impotente de sexo ante tantas indias a escoger, en busca de una Fuente de la Juventud, aquello lo tenía más loco, porque fuera de ser repugnante el tal Lope de Aguirre hizo gala de una mirada brillosa de basilisco  arrecho que infundía miedo y una barba hedionda por debajo de cierta carnosidad frontal que más le demacraba el rostro, lo que él no podía contemplar al no existir verdaderos espejos y nadie por el terror esgrimido lo iba a poner en causa de la cruda realidad. Nuestro Lope de saltimbanqui y dicharachero molesto que lo era desde aquellos tiempos primitivos no sabía qué hacer para subsistir, aunque se le ampliaban los ojos al estilo lechuza cuando veía de cerca cualquier moneda de vellón de oro, o así fuera el depreciado maravedí, que mediante avaricia presumida soñaba con tenerlos en sacos tintineantes, mas como la chifladura le continúa pensó en seguir casi a trote por el camino de Compostela y desviarse más allá de Burgos hacia el Sur castellano para entrar en tierras andaluzas y aposentarse en la de Mauricio Babilonia y los quehaceres propios de Sevilla, centro pernicioso del imperio americano, a quien por la maldad que ostenta el desquiciado Lope de un comienzo le cogió tirria, rabia y hasta desprecio, pero no tanto como para emigrar a esos lugares incógnitos, con tal de llenarse de oro a objeto de satisfacer la gula propia y de una parentela mantenida, serie de golfos perezosos por cierto, regresando así como un  “indiano” millonario, aunque aquel sueño se le fuera al pozo.

           Por esta razón subjetiva pronto en aquellas cáscaras de nueces grandes que eran las carabelas y los galeones de entonces, apretujados unos contra otros y debiendo hasta el pasaje de carga, con rapidez emigra hacia el Perú, mítica tierra de unos indios asustados porque todavía a su manera trivial creían en el equívoco que Lope y los suyos fueron venidos del cielo astral incásico para contener maldades entre esas castas dominantes y que los vengadores centauros podían hacer de las suyas con los caballos jerezanos, petos metálicos y toledanas aceradas, con que incautos morían al descuento, por lo que el atarantado Lope hecho ahora un genio de las finanzas robadas y con otros aires mefíticos de gran señor que ni en minúscula parte los había tenido, prosigue haciendo de las suyas sin detenerse, esquilma, viola, arrebata y aunque ya cojo por obra de sus maldades mete la mano en lo que puede dentro de aquello llamado tahuantisuyo, futura creación deschavetada de Bolívar, y de allí, ya saciado de venganzas por los complejos habituales, aunque lleno de un odio rencoroso porque en carne propia recuerda la triste infancia de muchacho pordiosero a lo Lazarillo de Tormes, de donde para más agrandar la bolsa de oro que aprieta con alforjas montunas arriba de su estómago como parte del yo, en compañía de su tierna hija Elvira y quien la cuida que es María de Arriola, llamada “la Torralba”, decide enrolarse en otra legendaria marcha hacia lo ignoto, o sea esta vez en busca de El Dorado, riqueza superior a lo que encontrara en el Perú, por lo que junto al recio y elegante  navarro
Pedro de Ursúa, venido de Colombia y quien comanda unos frágiles barquichuelos o bergantines de poco y maloso andar acuático, arrancando así desde los ríos serranos aguas abajo por el Marañón para desembocar en el amplio Amazonas y de allí viaja en larga travesía a base de traiciones y engaños, donde va deshaciéndose de quienes le adversan, pues ahora con razón afincada lo llaman “El loco” por atorrante y malgeniado, siempre con la mentira primeriza que no paraba en fomentar, pues mientras conoce de lejos a unas tales amazonas mitológicas que bordean el río padre este sicótico, desgraciado y traicionero de Aguirre reunido con unos cuantos compinches del bergantín “Santiago” detiene al navarro de Ursúa y lo ejecuta echándoselo al pico junto con su querida mestiza Inés de Atienza, de la más vil manera, argumentando leyes inexistentes aplicables y otros recursos inventados de la más baja ralea para eliminar a su increíble competidor.  Y aquí precisamente es donde la nefasta leyenda del sempiterno tarado Aguirre lleno de desequilibrios peyorativos comienza a tener referencia en lo más profundo del mal, porque al apoderarse de la expedición eliminando de la más rígida forma a quienes se le opusieron y sin temblarle el pulso, lo que es mentira sesgada en los textos históricos porque el sabandija traidor era un gallina taimado e impertinente aunque se las diera de bíblico Sansón, sin embargo para dar otra apariencia mayestática se hace el duro, sonríe con esa cara de Judas Iscariote enfermizo que a ratos le acompaña y dueño ya de sí y de cuantos le siguen en una de las primeras bajas traiciones de importancia ocurrida en esta América colonial ordena seguir la brújula, el sextante y el astrolabio para con velas altas y bien cerca de la costa subir del Amazonas rumbo al Orinoco o Uyupari y sorteando a la ruinosa Cubagua prosigue hacia el norte de la isla de Margarita, hacia Paraguachí cerca de Pampatar y no lejos del sitio que recuerda su pudibundez extrema de mentira que le afecta al momento y a manera de engaño, pues ahora le llaman playas de El Tirano, el lunes 20 de julio de 1561 desembarca para desarrollar una cadena de crueldades y asesinatos sin  límite.
            Pronto, con los 200 marañones que bajo terror le acompañan sin tomar en cuenta nada porque la isla de Margarita vive en un edén pacífico, procede a conducir las riendas de cuanto encuentra y a ejecutar a los que se le oponen, adueñándose del cabildo, de la policía, de cualquier infanzón vigilante que se encuentre, de otras autoridades del lugar y en especial de las cajas reales de Su Majestad, donde se guarda religiosamente lo que corresponde por quintos y diezmos de Dios del cielo y de la tierra. En esos 40 días de permanencia insular como dueño y Señor ahorca a 23 personas que fueron autoridades y notables, por solo banalidades y extravíos mediante un violento tribunal de excepción expedito y sin recurso de alzada que maneja a la entera satisfacción, y a uno de tantos rabioso ordena que muera por los buenos modales y el fino carácter que posee, mientras al escogido Álvaro Cayado “le hizo lavar la barba con orines descompuestos y luego con el maloliente líquido lo afeitaron” supongo que antes de degollarlo. Por otra decisión criminal suya dispone dar garrote vil al gobernador Juan de Villandrando, que de un principio no le cayó bien y porque comete la imprudencia de referirse con sensatez al Monarca reinante, que aquello fue un explosivo interno para la soberbia de Aguirre, puesto que él tiene pensado acabar con Felipe II y mientras regresa a España aspira investir a los cabecillas secuaces que le acompañan en cargos escogidos por sus hazañas criminales dentro de ese viaje de regreso que le espera para volver hasta el Perú. A doña Ana de Rojas decide ahorcarla en el rollo sostenido en la plaza del pueblo, porque se le metió en la cabeza disparatada que quería envenenarlo, ordenando a la vez el estrangulamiento de su marido Diego Gómez de Agüero, viejo valetudinario que ya mascaba el agua, a objeto de no dejar ni rastros de sus enfebrecidas, tiránicas y despóticas intenciones que a buen gusto de paladar realiza. Para seguir en la cadena desatada de odio que le embarga el alma y que en el manicomio rodante transmite a sus congéneres a través de diversas mañas escogidas, decide sacrificar a su pacato confesor, fraile siempre asustado pero que conocía algunas de las intimidades dichas por el tirano en momentos que se creía morir, mientras obliga al trabajo de todas las mujeres de su reino imaginario, pues se consideraba pachá turco rodeado de un harem a escoger, y al que en el delirio que lo entorna le deben reverencia y esfuerzo con remuneración vil miles de siervos indígenas, o mestizos o nuevos zambos o negros africanos, mal alimentados y sumidos en sus acolchonadas minas de oro o plata que obtendrá de México al Perú. Entretanto a las esclavas que le siguen sin chistar ordena coser banderas  rojinegras de la revolución antimperio español, y sobretodo rojas, cuyo matiz le sacaba de quicio con rubor y espuma por la boca, o negras por el contorno flaco del origen social, mientras orgulloso “juega el alma a los dados con el diablo”, y cual otro Fausto en pena hablaba solo de maravillas a obtener jactándose de su superioridad inalcanzable y sin pensar que los cangrejos penetran en el alma.

            Para el momento de esta tragicomedia de corral a telones acaecida, el loco Aguirre andaba en 50 años, pequeño de estatura y de persona, amorenado de nariz ganchuda, embustero compulsivo, fanático delirante de cabellos largos en rizos mugrosos y cabeza desencajada, manco de la pierna derecha, cojo por herida de arcabuz en la misma extremidad, patituerto, mal agestado, la cara chupada, ojos huidizos, barbinegro tirando a canoso, flaco, pusilánime aunque astuto relamido, lleno de chascarrillos vulgares y mal cantante cantinero de trovas lugareñas, andaba siempre armado de diferente manera al acecho de una celada, insomne y a veces sonámbulo, enemigo del rezo y de los curas, fanfarrón paranoico, amansador de potros, temerario y cobarde, amigo de alborotos y pendencias, con esta descripción tan ajustada al cuerpo no se podía mucho esperar de un ser estrujado por la realidad y la envidia compulsiva, pues dentro del cuadro patológico que lo describe es feroz, sedicioso, falto de juicio y provenía en su última aventura del frío Potosí donde recibió desnudo doscientos latigazos de castigo, por lo que jura venganza y muerte frente a todo cuanto se le oponga. Antes de partir de Margarita, que despoja de cualquier riqueza, despedaza a uno de los suyos por quítame estas pajas, y a otro hace beber la sangre caliente del recién asesinado, como a tarascadas ordena comer los sesos del cadáver que asomaban por una de las heridas abiertas. Mientras asevera que iba a volver al Perú “aunque Dios no lo quiera, Y supuesto que no me puedo salvar [pese a rezarle besando el crucifijo Señor de los Milagros para que le alargase la vida, en sabiendo por olores malsanos que pronto iba a morir] “pues vivo estoy ardiendo en los infiernos, he de ejecutar tales crueldades, que suena mi nombre por la redondez de la tierra”, tal como pensara Lee Harvey Oswald mientras remata al presidente Kennedy. Aguirre abandona a Margarita lleno de los expolios y en especial las perlas, para seguir a Borburata, mientras aconseja a los suyos vivir la vida bohemia, de plena francachela sin miramientos ni menos limitaciones. En el puerto que encuentra abandonado desembarca 180 hombres armados, seis cañones y 130 arcabuces, declara la guerra a muerte al austero Felipe II, que debía andar rezando por El Escorial, saquea lo que puede y sigue hacia Valencia, muy enfermo, en una hamaca cargada por cuatro negros robustos, ciudad donde cortó cabezas, conversando a lo griego con una de ellas en medio del eterno delirio ante el público que reía de sus payasadas perversas, y es allí donde inspirado por el propio Diablo Satanás lleno de sobreexcitación escribe una famosa carta enajenada al introvertido monarca Felipe II, en la manía sicótica que le tuviera, donde entre otras perlas blasfemantes de su desenfreno dice que todo hombre inocente es loco, que por no sufrir las crueldades de tantos funcionarios reales ha salido para hacerle la más cruel guerra, y que rebelde lo es y “seremos hasta la muerte”, pues los reyes son peores que Luzbel, ambiciosos y sedientos de sangre humana, haciendo solemne voto de no dejar ministro suyo [de Felipe] con vida, y luego el desaforado lunático, que también lo era, arremete contra los frailes corruptos a quienes anatematiza por tener en sus cocinas a “una docena de mozas no muy viejas”, mientras afirma que seguirá rebelde hasta la muerte por ingratitud. En la puerta del infierno nos veremos.
          En ese andar malsano Aguirre saquea durante l5 días, mientras los españoles atrás de la frontera de batalla se preparan frente  al loco más malo que Guardajumo como decían en el llano barinés, y el miedoso gobernador Pablo Collado desde El Tocuyo se excusa de actuar pues padece de constante “ataque de temores” o mejor de almorranas. Y así mientras Aguirre ahorca a tres residentes valencianos, por parecerles flojos para la guerra emprendida de acuerdo con un chamán sabihondo de Chuquisaca que lo aconseja, el 22 de octubre en medio de esa oleada de crueldad sanguinaria que fustiga los discursos de una voz atiplada para alimentar a sus gentes y la demás patraña que utiliza, establece su horda en la ya vacía Barquisimeto, donde se atrinchera en espera de la batalla final de Jericó que para el descocado será un éxito abriéndole así el camino hacia Pamplona. El Cuartel General lo ubica casa de Damián del Barrio, cercada de muros, almenada y con una cuadra de superficie, mientras so pena de muerte prohíbe la lectura de unos pasquines oficiales hechos a buena letra que penetran en el castillete, ofreciendo el perdón a favor de quienes se escapen del tirano, lo que hace efecto sicológico en el desertor capitán Pedro Alonso Galeas. Ya para el 27 de octubre, sintiéndose solo y abandonado, lleno de rencor y odio que siempre siembra entre los suyos, ante el pánico justificado de que violen a su hija doña Elvira, la quinceañera que le acompaña, decide asesinarla a sangre fría, para que no la llamaran hija de traidor, ni abusaren de ella la soldadesca, mientras le clava una filosa daga por tres veces a ese cuerpo infantil, que grita desesperadamente, y si  bien el filicida no canta como Nerón expone una retahíla de palabras sin sentido e inconexas que nadie entiende por lo profundo de la oscuridad mental. Igual ocurrirá de seguidas con la dama acompañante y rolliza, que en privado “no desdeña de hacer favores”, o sea María de Arriola. Y ya desinhibido de toda suerte, mientras el Diablo le hace el guiño con el viejo tenedor oxidado que entonces utiliza, frente a un parloteo ineficaz para la espera de su ejecución las fuerzas que lo entornan y conocedoras al detalle del enemigo se preparan al asalto final, porque la muerte la tiene encima, así no lo crea el empecinado Aguirre, que se cree inmortal y jura en vano convocando los Santos Evangelios, porque en la locaina que lo atormenta el seso en ese estribillo de la guerra o vida y  ¡venceremos¡ debe  desbaratar  por  siempre  al  imperio español. Así, con
la detención del algunos marañones acompañantes que rondaban por atrás de los muros y el serio desertar de muchos otros que ven perdida la causa impredecible, el desaforado Aguirre se atrinchera con algunos veinte asesinos de confianza, pues como siempre todo tirano cuida las espaldas, mientras el valeroso Diego García de Paredes de orden del gobernador Gutierre de la Peña se le enfrenta y dispara primero, más como éste no hace mella importante en su andrajosa estructura, el mismo Aguirre suplica de que disparen otra vez para así acabar con el suplicio de su vida. En lo que fue convenido. De seguidas al monstruo envenenado y charlatán por lenguaraz maldito se le corta la cabeza para exponerla en pica o asta elevada ante los ojos atónitos de los habitantes barquisimetanos, al tiempo que las moscas larvarias le rodean la cabeza. Su cuerpo hecho cuartos fue distribuido entre lugares donde hizo tanto mal, y la mano derecha se la llevó en salmuera a Trujillo el veneciano Francisco de Graterol, padre por cierto del primer obispo aunque encargado por 16 años, de la diócesis de Caracas o Venezuela.
           Así murió el monstruo falsario y así termina la pesadilla. Con el tiempo todo se fue esfumando para perder potencia el recuerdo trágico de un demente que tuvo la osadía de atacar el imperio con trácalas asimétricas y de creerse superior a Dios, porque de locos está lleno el mundo. Se lo llevó Mandinga.

martes, 12 de junio de 2012

PUTAS, PUTOS Y BARRAGANÍAS DE TIEMPO ATRÁS



Amigos invisibles. Como soy amigo de esculcar noticias candentes para ir encontrando resultados emocionantes a lo largo de nuestra Historia nacional, que como verán no fue muy santa por cierto, y sin eximirme en cuanto al trato de las palabras que no ofenden, ya que por la verdad murió Cristo, voy ahora a escarbar un poco en los cimientos emocionales venezolanos para que se tenga en cuenta, por si se desconoce, de cuanto se ha escrito sobre el tema, sin pasar de la verdad relatada al cuento sin fronteras, pues las generaciones de hoy y los que no son tan nuevos en el ejercicio del intelecto, deben traer en bandeja y para el consumo privado de los lectores sin  cursilerías y menos timideces, a esta parte importante de la vida popular y algunas de más altura, que dejaron la huella palpitante de sus andanzas sin acaso intuir que un paisano de estos comienzos del siglo XXI iba a sacar a flote tantos detalles que repito y sin rubor, dentro de la idiosincrasia forman parte de nuestra Historia nacional. Dejo para otros menos arriesgados limpiar las lágrimas del infortunio con sus limitaciones y máscaras de la doble personalidad, si las hay, en cuyo campo habitan muchos de quienes son o no han podido ser. Y allá esos con sus detalles inhibidores o paralizantes, porque ellos si podrán entrar por el ojo de una aguja al Cielo prometido, como lo da a entender por extensión la Biblia.

            Pues bien, siéntanse cómodos, porque lo que viene es Eneas con o sin  rinquincaya, según se arguye en nuestro lenguaje coloquial, pues si ha de llover así, que no escampe. 1º de enero de 1545: llega a Coro el duro y despiadado gobernador Juan de Carvajal, nada solo sino acompañado de la hetaira Catalina de Miranda, “bellísima sevillana, cantonera de oficio”, criada y manceba a la vez que no le puso cachos quizás por el terror reverencial que imponía el verdugo, pero que a su muerte de seguidas fue amante consecutiva de los conocidos Diego García de Paredes, ajusticiador del famoso Tirano Aguirre, el superpotente Gutierre de la Peña y el afortunado Francisco Sánchez. La tal Catalina amancebada tenía una hermana, de nombre Ginesa Núñez, quien para seguir la corriente genética era amante del catire (rubio) Diego de Losada, conquistador de los rebeldes indios Caracas, mientras que en ese El Tocuyo capitalino otro enredado carnal ilegalmente, aunque lo supiera la Iglesia, era el avispado Gobernador Gonzalo  de Osorio, el que aplicaba las técnicas sadomasoquistas del alemán Bartolomé Sayler, quien en Coro  hacía robar a las indias “para echarse  con ellas, y no contento aún con el sufrir ajeno de la manera más tosca “se jactaba de haber gozado a las españolas casadas”. Pero como la ardiente ciudad de Coro no se queda atrás en estos afanes concupiscentes,  de seguidas vemos que el obispo residente Ballesteros comunica a Su Majestad que el cuarentón mariscal Gutierre de la Peña Castro por allá anda en estos compromisos viciosos que incluyen muchas bocas, pues “de siete a ocho años a esta parte está amancebado con cinco o seis indias, y entre ellas una infiel”, lo que le da más color al caso chivateado.  Pero volviendo al revoltoso El Tocuyo y los predios contiguos notamos que ya para 1554 y dejándose de gazmoñerías aparece una colección de mujeres con “La Carvajala” a la cabeza, viuda por cierto que no escoge un convento para calmar esa tristeza habitual sino que se lanza a la calle del placer viviendo arrejuntada en Borburata con un tal de apellido Pérez, igual a como lo estaban en ese sitio portuario la atrevida Juana Díaz, “puta grandísima y que la había cabalgado muchas veces” Antonio Montero, quizás amiga de la contemporánea y vecina Clara González, amante de otros hombres en lista, aunque el cegato alcalde Pedro González  (y agrego) de la Gonzalera, dijo bajo juramento  que “las tenía por mujeres de bien y honradas”, siendo condenado por ello al vivir “públicamente amancebadas en ofensa de Dios nuestro Señor”.

            Pero saltemos unos años más en nuestra pretensión para recordar que en 1579 se formó un juicio en la andina San Cristóbal, porque la mestiza María Gómez, suerte de payasa de circo, “en hábito de india” y de veinte años de edad,  andaba haciendo de las suyas, pues en dicho legajo penal  afirma el declarante que  esta mestiza andaba suelta por las calles del poblado e iba a la casa del presente testigo “e a otras partes en traje de india, e muchas veces las tetas de fuera y las piernas y cabellos y sin cubrir de manta ninguna ni de otras cosa… e que se dice públicamente que es la dicha mestiza una común putilla por ahí, porque este testigo la ha visto por sus propios ojos andar de casa en casa de día y de noche”, supongo incluida en la más grande oscuridad. Mas como esas causas de amor e infidelidad a escondidas siempre han existido a lo largo de nuestra Historia, vamos a adelantarnos un poco hacia el siglo XVIII y no para recordar los famosos deslices amatorios y cornudos del padre del libertador Simón Bolívar, a quien en este blog le hemos dedicado un trabajo
específico intitulado “El semental padre de Simón Bolívar”, como existe otro blog también muy picante pero lleno de humor, con datos y señales, sobre su hermana vejancona María Antonia,  que lleva por título escueto “La vivaracha hermana de Bolívar”, ambos trabajos aquí insertos que espero fueron leídos por usted con harto detenimiento y comprensión, como igualmente los tres blogs dedicados a las mujeres principales de general Bolívar, otro a nuevas mujeres de este caraqueño que han corrido entre el vulgo popular y de altura como sus concubinas, y además los dos hijos ciertos del Libertador, con cuya lectura en conjunto supongo se posesionará de un perfil suficiente y por este medio de las liviandades en cuanto a faldas y pantalones de que aquí tratamos, con emoción, ya que no es para menos. Sobre el tema trajinado también acabamos de colocar en blog el artículo que se intitula “Cubagua, isla de entera perdición”, donde retrato aquella vida nada recoleta y llena desde luego de descarrío, tal como la ocurrida entre las mujeres y los hombres resaltantes por sus devaneos precoces. Y sea oportuno para seguir en el mismo tono denunciante el final novelesco de un largo y quisquilloso juicio llevado a cabo en Caracas entre dos familiares cercanos de Simón Bolívar, pues luego de 30 años de matrimonio, que a veces eran por conveniencia y nada de amor, y de 11 querellas judiciales, al fin se dicta  “sentencia de divorcio perpetuo”, o sea de separación de lecho y habitación pues como se sabe el vínculo eclesial no permitía otra forma de separarse al ser el matrimonio un sacramento, sentencia que recayó en los mantuanos caraqueños don Martín Jerez de Aristeiguieta y Bolívar y de su prima doble, doña Josefa Lovera Otáñez y Bolívar.

            Y sobre el caso de marras advienen los adjetivos de ambas partes contenidos en el grueso expediente, pues el sátiro aristócrata, cornudo y exalcalde caraqueño, don Martín, alegó tres preñeces seguidas de su mujer infiel, por coito con varones ajenos al lecho conyugal, dos fugas consumadas de la casa o sea del hogar, incluso para más disimulo ella iba disfrazada de hombre, diversas escapadas nocturnas a la sombra de la oscuridad reinante que bien señala el agredido, y además que rebajándose de su condición social no permitida, la tal doña Josefa se reunía en saraos o juergas con gente inferior a su casta elevada. Mas, la intranquila y desprejuiciada doña y esposa a su vez por contrapartida acusó al caradura (que ambos la tenían bien dura) del marido, por llevar una vida promiscua, de concubinato durante largos meses con la mulata María de la Concepción Palacios, como también con la dispuesta al sexo Antonia Reyes, y con “la negra Chepita, mentada La Capuchina”, “adúltera y alcahueta” al tiempo, para más detalles, teniendo incesto con una hija natural del denunciado, la que  le sirvió a ella comida envenenada, según advierte en autos la fúrica mantuana y como consta en tal escrito, e incluso el caballero de postín padeció males venéreos, quizás heredados por su entonces cónyuge, fuera de otros muchos amancebamientos con negras y mulatas atrayentes mencionadas en ese juicio de destape, que así se convierte en una amena pieza de antología para llevar a thriller. Imagínense ustedes cómo estaría Caracas de encendida con tales comentarios, que se debieron filtrar entre los habitantes divididos en dos bandos, o sea entre los incrédulos y los otros, por bobos o miedosos al qué dirán.

Pero porque nos hemos referido al mundillo interior de la sociedad civil, bueno es que ahora destapemos la olla del sujeto eclesiástico, porque éste tuvo mucho guiso para cocinar, como se ha dejado escrito y más con figuras como el catalán obispo Mariano Martí, que con esa memoria tan elucubrante de paquidermo encebado que mantenía, duró doce años en visita pastoral o mejor husmeando cada curato de su diócesis para ver y anotar en un libro “secreto” bien mantenido bajo llave, todas las infidelidades para con la Iglesia en que cayeron pecando tantos sacerdotes unidos a Cristo con aquello de la desmentida castidad, sin probar de lo bueno como se alega, y que ahora así lo puedo decir recordando a los angélicos Boccaccio y El Aretino, porque antes, la Santa Inquisición se hubiera ocupado de mi cuerpo, aunque no de mi lengua vuelta en este caso el alma popular. Para ejemplos hay muchos, aunque voy a incluir algunos y como van llegando al recuerdo de los hechos, a objeto de colocar mayor espiritualidad a la obra dándole un sentido más crítico a este trabajo para nada rigorista, de donde apuntaré que en 1599 el obispo de Coro fray Domingo de Salinas malhumorado escribe al Rey a fin de susurrarle que el sacerdote arcediano Juan del Villar es escandaloso sin freno, de donde se puede calcular cualquier cosa pues vive “haciéndose visitador (del obispado) para ser tabernero y tendero y mercero [dentro de] su ordinaria codicia, [pues] temiéndose lo había de juzgar se huyó…”, y lo demás de su mal vivir, entre copas y faldas nada tuvo de extraño a tal farsante. Aquí también empareja otra anécdota de este alegre y sano obispo castellano “presa del incontinente vicio de la carne”, pues rodando en sus travesuras acaso femeninas por El Tocuyo fallece intempestivamente “con alguna aceleración y violencia de lo que resultó haberse dicho fue ayudado por algún veneno de “ierbas perversas”, conociéndose hasta el autor del hecho, y que quizás lo fue por celos hacia este incontinente adversario, aunque en ese relevante caso al ser Su Señoría Ilustrísima nada menos que el asesinado, para tapar tamaño drama abierto se cumplió en el expediente la absolución del importante sindicado, porque aquello fue instruido y resuelto a la callada como “justicia de compadres”.  

Andemos ahora hacia delante en el atribulado mundo colonial, para entender bellezas como que el Obispo Antolino, visitante desde Puerto Rico, ante el bochorno que encuentra ordena desterrar desde Barcelona y bien adentro de los llanos orientales “a 30 mujeres escandalosas”, que en sus devaneos insoportables mantenían en jaque aquel tranquilo pueblo oriental. Más tarde en 1766, el ultraconservador prelado Díez Madroñero toma medidas severas contra el cura de Choroní (Aragua), Manuel José Montenegro, poseedor de extenso currículo social y quien pasado de todo comedimiento su casa es madre de cualquier vicio, siendo garito y “bebezón”, concurrencia de meretrices, de bailes descomedidos, ambiente en que danzaba él mismo y hasta el amanecer, lleno de murmuraciones y venganzas, vuelto protector de ladrones y amante de la parda María Fabiana, con quien en medio de los celos desplegados tuvo dos hijos, uno de los cuales, tremendo, juguetea en el altar mayor mientras el cura desinhibido ofrecía la misa frente a los atónitos fieles, sin que sepamos qué pasara para el momento de la Comunión. Otro tanto sucedió en El Tocuyo, donde doña Micaela Pérez del Castillo acusa a su marido Lorenzo Márquez de ser infeliz, pues el sinvergüenza mantenía relaciones con la india María del Rosario, con la zamba María Simona, y con una tal María Soriano, en Chabasquén, enamorándose como loco de Juana Micaela Ruiz, “una niña” indefensa que fue suya. Y para completar la demandante agrega que en varias de ellas tiene hijos bastardos. Pero aquí para variar comienza la andanada de información secreta que pudo recoger el obispo Mariano Martí, que no fue tan secreta porque hasta yo la sé, y usted también, cuando ya desde 1774 el catalán empieza en sus andanzas acaso fóbicas sin entender lo que es el pueblo en formación y libre de prejuicios, porque ya establecido en Maracaibo investiga y conoce que el cura Pedro José Sánchez es un gran bailarín sin que le pare a las prohibiciones eclesiales, que asiste a los saraos con vestimenta exótica y que no tiene freno sobre el particular, por lo que le ordena salir del territorio marabino. Allí condenará también a toda la inefable familia Carrasquero, con un expediente lleno de humor fantástico, y del que años atrás me referí en la columna semanal que sostuviera en la revista caraqueña Élite. Luego, continuando en esa visita ejemplar, el obispo encuentra que en San Mateo (Aragua) todas las castas y clases se reúnen para bailar sin distinción alguna (blancos, pardos, etc.), por lo que es alarmante el número de hijos naturales, expósitos y de los más variados colores, ricos o pobres, porque donde el diablo toca la carne manda. Más tarde, en Guanare este catalán temido se encuentra con que el vicario Troncoso maneja una pandilla “entre pleitos y marañas”, mientras bajo el peso inquisitorial del Código de Derecho Canónico ordena que las mujeres “lleven los pechos más cubiertos”, para evitar eso que llaman deseo incitador a la lujuria, que agrego es reprimido. En dicha minuciosa revista de actualidades pecaminosas que despierta Martí para un público avizor amante de los escándalos libidinosos y que aún hoy pasados los siglos el público entretiene el morbo como si se tratara la autoría pendiente de Agatha Christie, vemos como en 1779 el levita exaltado aplica correctivos sin dejar ninguno a los feligreses mayores del llanero Agua Blanca, pues según su recto pensar “todos eran unos flojos”, mientras que en el vecino San Rafael de Onoto los indios amantes empedernidos de Baco eran unos borrachos y no pensaban sino en bailar a lo Michael Jakson sin cansancio “de día y de noche”, usando ciertos hierbajos, que con sus hechizos  hasta paranormales casi matan al misionero del poblado, inutilizándole para caminar.



A fin de ser más exactos en esta radiografía social de Venezuela narrada por el detallador clérigo Martí, que hoy hubiera sido un destacado comentarista mediático, agregaremos  que en San Rafael de Tiznados existía una  promiscuidad relevante entre los blancos, negros en camada, mulatos, zambos, mestizos de variada índole e indios desperdigados, mientras que en el guariqueño Ortiz  andan sueltas mujeres  solteras y viudas con hijos mal habidos como fruto  de consabidas relaciones irregulares, además de que ostentan esa vida extraña por anormal, y en el cercano Parapara existía un verdadero pleito entre el cura y la quisquillosa familia Gamarra, puesto que le hacía fuerte oposición al levita “por denunciar sus excesos sexuales”. En Camaguán prosigue la rochela de negros, zambos, gente de mala condición y algunos indios del lugar, con el sobresalto del numeroso hurto habido de mujeres con fines sexuales, recordando aquello el rapto de las sabinas en la primitiva Roma, mientras proliferan otras concubinas para añadir a la rica colección. En San Carlos, poblado llanero de gentes fanfarronas, detecta 24 casos de concubinato y “otro tipo de relaciones sexuales irregulares”, sin determinar qué, lo que deja libre albedrío a uno para pasearse en lo que quiera, hasta de animalismo, dentro de ese destape mañoso por crudo de tal situación.  En Güigüe el cura lugareño “vive con una comadre suya”. En Turmero se encuentra con que la población desinhibida prefiere utilizar el estilo adánico para mayor frescura, casi sin ropas y menos guayucos mientras “los vicios eran más que las virtudes”, donde lo dominante consistía en la lascivia y la permanente embriaguez. En Nirgua durante aquella época de fantasmas o espantos había “un completo dominio de la negrura” y que a su buen decir los vecinos eran muy malos  por “no haber tenido crianza alguna”. En Guama del Yaracuy encuentra un verdadero relajo sacramental porque de 50 bautismos apenas diez fueron de hijos legítimos y desde luego que 40 bastardos, atribuidos por cierto a los “abusos de los caminantes que pernoctaban en las casas del pueblo”. Muy fácil por cierto de decirlo para borrar las culpas. En Yaritagua las presumidas indias no querían a sus congéneres prefiriendo “unirse a los zambos”. San Felipe es propenso al gálico (sífilis) y a las bubas tumorales. Y sigue con El Sombrero, pueblo de arrochelados zambos y mulatos; en Altamira, tierra lujuriosa, “a los religiosos les dieron veneno”; en El Chaguaramal la incontinencia es palpable, entre casados o no cercanos, sin detenerse “ni ante el adulterio ni ante el incesto”, mientras existía con puertas abiertas la de una vendedora de aguardiente cuya “su casa era un lupanar”. En Camatagua aquello también era pura embriaguez, donde los pretenciosos zambos entre las borracheras se hacían pasar por indios acaso privilegiados, al tanto que proseguía la común incontinencia carnal. En Aragüita la borrachera estimulaba el hurto, mientras en Guarenas un español granadino creyéndose califa y siendo casado vivía a la luz pública por entre el regocijo de cinco o seis concubinas asaz despreocupadas.

Bien, aquí termina la larga relación de un religioso enfiebrado con sueños y pesadillas bien distintas a su tierna calidad espiritual de pastor. El retrato que nos lega como recuerdo de lo que le llevó a visitar 2533 leguas en 300 pueblos cuajados de detalles donde la Iglesia y los feligreses no estaban lejos del infierno descrito por Dante y el propio Satanás, es verídico. Por esta misma secuencia de sociología histórica podríamos seguir registrando datos de importancia suma para demostrar que los venezolanos desde aquellas terribles épocas no eran ningunos tontos y que no solo en la Colonia se mantuvieron al pie del cañón en este sentido, sino que en  la República y hasta los tiempos actuales en que diosas eróticas, para no señalar a otros refistoleros que siempre los hubo, mantenían el altar casi llegando al variado kamasutra y a otros exquisitos libros vedas y no tantos que se leerán en los tiempos oportunos de descanso físico. Ojalá y usted pueda encontrar para la venta, y desde luego que lo ojee, el libro “Historia Oculta de Venezuela”, donde describo con detalles estas aberraciones, encantos, y entretenimientos de un mundo que sigue siendo el mismo o mejor, porque los buenos gustos y el almíbar pastelero nunca se pierden. El sabio rey Salomón dijo “Miel y leche tienes debajo de los labios”. Con certeza de puntería.

lunes, 4 de junio de 2012

CUBAGUA, ISLA DE ENTERA PERDICIÓN




            Amigos invisibles. Yo no sé porqué el concepto insular tiene algo de afrodisíaco, y quizás ello proviene de la desnudez con que se despejan las almas en esos mares insondables donde con la visión quisquillosa se desvisten ninfas y adonis que dan toque de alegría hasta lujuriosa, pensativa y quizás de sueños coruscantes a esos paisajes cubiertos de leyendas, de bastantes historias tildadas de prohibidas que hacen sonrojar al más pintado y que, en fin, cuentan una suma de capítulos suficientes como para dar comienzo a cualquier narración, por picante que sea. Y de aquí se desprende la trama y las tramoyas que luciendo algo medio olvidadas vengo a recordar, porque no es factible que dentro de tantas emociones vividas en lugares como Cubagua, la mala memoria de muchos oscurezca el panorama de una realidad tangible de la Historia nacional, que tiene como telón de fondo nada menos que el nacimiento de Venezuela, porque de allí partió y cuajado de siglos todo el “establishment” dominante de aquella isla colocada al sur de la Margarita y del Oriente de Venezuela, que fue por donde entraron los primeros españoles que tuvieron la osadía de meterse en trifulcas indígenas contra los feroces come gentes indios caribes, pero que los movió simplemente la codicia de unas tales márgaras o perlas que allí también había y que dieron comienzo, como dije a toda una historia detonante y de placer. Que no de amor.


           








            Isla pequeña de apenas 24 kilómetros cuadrados, da de qué hablar desde cuando al genovés Colón en 1498 la divisa para desatar luego deseos de dominación, y con mayor empuje a partir de cuando se conoce  que junto a las costas suyas hay atiborrados una cantidad sorprendente de perlas de muy buen oriente como se dice en gemonología, y así cuando menos se piensa  barcos y lanchones de diverso calado  comienzan a desembarcar numerosos aventureros dispuestos a hacerse ricos en poco tiempo y a como diere lugar. Sin embargo de un inicio se presentaron numerosos problemas porque la isla carecía de agua dulce, debiendo traérsela desde la sureña costa de Cumaná, o sea a partir del río Manzanares, lo que da pie ya a montar rancherías habitables mientras se construyen niveladas calles de piedra que pronto albergan miles de habitantes entre los que van y vienen con un comercio frondoso, mientras se establecen picapedreros para construir las primeras casas roqueras en la primera ciudad de Venezuela a la que el rey Carlos V pronto le otorga escudo con águila bicéfala
[que ahora reposa en el Museo Bolivariano de Caracas], o sea a Santiago de Nueva Cádiz, al tanto que los franciscanos chivudos abren su iglesia para la redención de tantos pecados cometidos y las prostitutas, barraganas y hasta mancebas iniciadas, nutren de muchas zorras los primeros lenocinios, lupanares, puterías o prostíbulos donde corren el licor, algunos ajustes de cuentas y negocios de toda índole, de los buenos y de los malos.  Ya para esos momentos de la vida burlona se está llenando el paisaje con aventureros llegados en porción y con esclavistas que primero utilizan indios de la zona y luego indígenas traídos de las islas lucayas o Bahamas, por ser más fuertes ellos para zambullirse siete metros abajo en búsqueda del molusco ostral, aunque les estallaran los pulmones por la profundidad y mientras llegan negros africanos para estas faenas productivas y el fraile dominico Las Casas, el de la Espuela Dorada y amigo de flamencos, con  lenguaje florido mas no cierto a cabalidad anda inventando por España que todo eso era mentira,  a objeto de importar más esclavos del llamado continente negro.



            Pero siguiendo en este andar histórico cuajado de recuerdos que parecen novelescos vamos a comenzar con una técnica de paneo insular para que los lectores tengan conocimientos de las diabluras en esta sociedad perversa donde ya para 1515 “no hay doncella que no haya sido deshonrada”, mientras atacan bandadas de caribes y algunos franceses como  Jacques Fain y Simón Ansed  se atreven a depredar, aunque pierdan trece hombres.
A todo ello debe agregarse la corrupción perlífera con que Don Dinero todo lo puede y por eso ya la justicia anda “de compadres”, donde los atribulados indios pescadores trabajan de sol a sol, son aperreados si no hacen caso, se les escama la piel por la sal contenida, el flaco sustento estomacal es de restos acaso podridos y los capataces de tales desmanes andan sueltos porque la complaciente  ley no existe. Entretanto, luego de la riada de caribes que medio acaban con el pueblo,  ya para 1525 se han exportado de la isla 200.000 pesos de oro en perlas, lo que verdaderamente se vuelve un record mundial y comparable a lo que contenido en el famoso libro Guinness al respecto, mientras con prontitud Cubagua va convirtiéndose en el primer gran mercado de esclavos herrados en la cara de manera candente, africanos e indígenas, del Nuevo Mundo.

Es en ese tiempo cuando la vida insular está que arde, pues el judío converso Pedro de Barrionuevo mata con puñal alevoso al adinerado Alemán, rico “señor de canoa” y dueño de cantidad de indios y negros esclavos que explotan sus enormes ostrales. Barrionuevo sin embargo no se salvó de la vindicta pública, pues aunque se cobija bajo el alero del convento franciscano, sin embargo por trastiendas se le saca a escondidas de dicho cenobio y luego en España fue condenado a la horca. Entretanto en Nueva Cádiz para coger calor natural el casado Pedro de Cuadros vive en mancebía pública con Isabel de Aguilar, lo que es muy mal visto de reojo por el vecindario, de donde termina en la cárcel por andar pasado de vivo, según las leyes de entonces. A Isabel, ex de Lope de Montalbán, se le destierra, por lo que fue presa y condenada. A Leonor Gutiérrez, “vendedora de gracia y encantos” sin pararle a la categoría, se le condena a dos años de destierro, y otras que también caen en la causa del amancebamiento fueron las libertinas Elena Delgado y Mencía Hernández, y así también Juana de Aranda, tabernera de oficio, iniciada en el libertinaje de los garitos de Sevilla, quien vive en Cubagua con el navegante Juan Zodo, a quien le distrae el fastidio que posee y es “mujer ciertamente extraordinaria”, según el decir de Enrique Otte, y como mi cabeza da vueltas, pienso a lo mala que pudo ser por cuestiones de alcoba.  Ya para 1531 la fogosa Nueva Cádiz, con l.000 habitantes encima, anda inmersa en fiestas, regocijos, torneos, galanuras, gritos, pendencias, bebidas, juego de varias clases, como barajas, dados, etc., todo alrededor de las perlas y los esclavos, y como afirma un autor contemporáneo a esos hechos “En las esclavas mozas se desahogan los cubagüeses sus apetitos”. Pero el que le puso corcho a la botella de los desmanes fue el propio alcalde Pedro Ortiz de Matienzo, quien vivía públicamente con mujer casada, o sea Antonia Camacho, llamada “La Camacha”, quien sacó de quicio y sano juicio al tal Ortiz, pues “no hacía más de lo que ella quería”, al extremo de obsequiarle para cierta armada, lo que le costó el cargo y se dijo que hasta la muerte. Algo así como Sodoma y Gomorra.
            Para entonces y siguiendo el mismo hilo conductual de la fiera reseña, candidata no a cualquier Premio Nobel pero sí para que un sesudo maestro del terror con cualquier tétrico guión cinematográfico pueda elaborar un trabajo capaz de obtener laureles en este plano de la cultura no salida de los conventos sino de los trotaconventos cabrones o de las trotaconventos alcahuetas, burdeles y las cárceles, añadiremos que el vivaracho Tesorero real de Cubagua es quien primero construye una casa de piedra de canto rodado en la infértil Cubagua, posiblemente con la mano de obra gratuita de 46 indios esclavos a él pertenecientes y a quienes marca con un hierro en la frente, como signo de dicha propiedad, lo que acontece en 1532.
Pero eso es lo menos de lo más a suceder el susodicho año en la tornadiza comunidad, porque allí mismo muere en prisión y envenenado mediante orden del rico Alcalde insular Pedro Ortiz de Matienzo, “por cierta pócima que en Cubagua preparó un boticario genovés”, el célebre comendador Diego de Ordáz, membrudo y tartajoso que da su nombre a la mejor ciudad actual de Guayana y quien deja una estela de recuerdos inolvidables en el antaño Méjico como ascender primero al enorme volcán poblano de Popocatepelt, y en Venezuela con la célebre expedición por Cubagua y hacia Paria, hecha un fracaso, de donde luego salían los que pudieron regresar “a pedir por Dios para su sustento”. En la ergástula insular lo mantenía preso con cadenas el temible gobernador trinitario Antonio Cedeño, pero quien lo envenena es el conde milanés Luis de Lampiñán con unos “bocados” que le da en dicha cárcel, para echarlo luego a los  hambrientos y cebados tiburones playeros. El medio loco conde inventor “para pescar ostrales” fue atacado por la población enfurecida, se llenó de deudas, tornóse más loco aún por la mala suerte y cinco años después murió allí deprimido y en la mayor miseria, como escribo en mi voluminoso libro “Historia oculta de Venezuela”. Mas pasados estos trances malignos agregaremos que ya para 1535 Nueva Cádiz tiene casas torreadas y de piedra, de tapias y calicanto, suntuosas y solariegas, con algunos 220 vecinos adinerados que tranquilos viven en su interior, mientras se  centra la activa producción perlífera, con tantas bajas humanas desde luego, que poco antes había alcanzado a la insospechable cifra de de 2852 kilos de este rico y lujoso manjar de perlas

del que el soberano Carlos V tenía una obsesión por las márgaras cubagüenses, recordando en este instante que en el monasterio extremeño de Guadalupe pude extasiar mi vista con una capa virginal celosamente guardada  y  cosida con bellas perlas insulares traídas de Cubagua, como me lo expresara en aquella oportunidad el fraile curador de tan excelsa reliquia y obra de arte colonial venezolano. Pero como no todo lo que brilla es oro, aquí afirmo lo contrario, pues a pesar de tanta corrupción que reina en aquel estrecho territorio insular lleno de pájaros que peligrosamente defecan, ciertos sensatos cabildantes prefieren enseriar su trabajo y así crean las primeras Ordenanzas municipales venezolanas, que algunas cosas ordenan, como la salida de esclavos y lacayos por la noche, y usted piense el porqué, el manejo del vino por los amos, la punición de no ir a misa los domingos, la certeza del llamado toque de queda, que se entierren los indios muertos, pues los echaban al mar, y del castigo con los negros levantiscos o alzados, a base de azotes y hasta la muerte, según sea de grave lo cometido, a lo que se une una Real provisión sobre el control específico de las mismas perlas, siendo las penas ordenadas para el indio o esclavo contraventor de cien azotes en público, y si reincide, se le cortarán las orejas. Así de simple. Mas como los sucesos se mantenían en ascuas por los desenfrenos permanentes y el comercio esclavista aumenta [27 negros vendidos allí en 1527, 180 indios de Paria, que se adjudican a Ortiz de Matienzo, los 50 indígenas herrados que introduce el Alcalde Mayor insular,  los casi 30 negros esclavos traídos sin  permiso por los vizcaínos Sancho y Juan de Urrutia, etc., para frenar los desafueros la Audiencia de Santo Domingo envía como juez de residencia y hasta pesquisidor al licenciado Juan de Frías, a quien el jefe de armas insular detiene, encarcela y bota sus cédulas reales a la basura del mar, matando con espada al escribano y el Alguacil acompañantes de Cedeño, mientras confisca todas las propiedades que llevan encima. Antonio Cedeño a su vez luego morirá hinchado por obra de veneno lento que le propina la morisca embrujada Francisca Fernández. El que la debe, la teme.
            Y volviendo sobre el tema candente diremos que la dinámica Cubagua tampoco se salvó de los asaltos de la naturaleza embravecida, porque en 1530 sobre Nueva Cádiz se produjo en violento terremoto con epicentro cerca de Cumaná, de tal intensidad  diría yo y con réplicas sísmicas que sucedieron con temor por 45 minutos, al extremo de provocar algún desplazamiento de la tierra hacia el mar, grandes inundaciones en tierra continental y una suerte de tsunami con altura de las olas calculada en más de 20 pies, o sea siete metros aproximadamente, que amplió la fosa profunda de Cariaco, cerca de Cubagua, y en la isla desprotegida para estos inesperados cataclismos provoca no solo la inundación general sino la ruina o el estrago de esa activa ciudad, como también el ahogamiento de muchos de sus habitantes, ciudad que es reconstruida en parte por su valor como mercado de esclavos, aunque ya la producción de perlas había bajado debido al exceso extractivo de los ostrales y a la invasión de tiburones en el lugar, que a las anchas hicieron de las suyas. Sin embargo, de lo que pudo salvarse existe un documento, porque al llegar el nuevo Tesorero de Cubagua, Francisco Castellanos, una vez posesionado del cargo ordena abrir el “arca de tres llaves donde se guarda  lo perteneciente a S. M.” (Su Majestad), en cuyo interior se halla oro guanín, perlas comunes, perlas redondas, aljófar común y redondo, pedrería, cadenillas, etc, todo según inventario desde luego. Para entonces y a objeto del tratamiento enfermizo de su gota ya se había enviado al emperador Carlos V, que residía en España, una barrica con oloroso aceite negruzco y pesado, extraído de la punta Oeste de la isla, llamado mene por las indígenas y “stercus demonis” por los letrados medievales, que no era sino el primer manadero de petróleo conocido en Venezuela y que fue a prestarle útil servicio al adolorido emperador. En 1539 llegó a Cubagua el deshonesto licenciado Francisco de Castañeda, enviado de Santo Domingo para vengar afrentas y poner un parado en los excesos del cruel Jerónimo de Ortal. Pero fue peor el remedio que la enfermedad sobre la “fábrica de maldades” que se avecinan, pues Castañeda encarcela, atropella y a diversos reos  ordena dar cien azotes a cada uno, como el corte de narices, y hasta al más culpable  ordena le cercenen parte de un pie, en esta que “era una tierra perdida”, por los vicios y desórdenes que encuentra, como las revueltas de indios que la acechan,, lo que parece pronto olvidar el Castañeda ya que de vengador que fue, se queda en Cubagua “entre los brazos de una cubagüesa”, “detenido por ciertos amores”, en fiestas que no cesan, y el muy pillo cuanto vicioso “en parlar de mujeres”. Entre tanto la ciudad se había recuperado bastante de los desastres acaecidos una década atrás, cuando de improviso en la navidad de 1541 una tempestad o ciclón de aguas seguido de temblores y vientos huracanados, asola de nuevo a las isla de Cubagua, “sin dejar casa de piedra sobre ella”, por lo que se ordena evacuar la isla y muchos de los moradores se van a vivir en Margarita, porque otros, en años anteriores se establecen por Río Hacha y el Cabo de la Vela en Colombia, donde se descubrieron nuevos ostrales. Nueva Cádiz no se levanta más de sus cimientos y el comercio de esclavos vegetó, aún miserablemente hasta l550, cuando ya cansados los últimos remolones al desahucio natural, decidieron irse con sus familias y petacas a cualquier otro lugar acogedor.

En este ínterin definitivo  el esclavista y marino italiano  Girolamo Benzoni  la visita con otros tratantes, mientras el capitán Pedro de Cádiz (Cálice, en italiano de entonces) anda por esas aguas tenebrosas con 400 esclavos indígenas que porta a su llegada, al tanto que asesina a cuchilladas al perdidoso Pedro Hernández, por cuyo crimen horrendo apenas pagó una nominal “multa de seis pesos”. Ojalá que alguien se apiade de estas historias verdaderas y desde otro criterio las envíe por los medios que hoy existen, a tantos escasos de estos conocimientos referidos al ser y a su íntima perdición.