sábado, 1 de diciembre de 2012

PEDRO DE GRATEROL ESCOTO: EL OBISPO QUE NO FUE.

                   Amigos invisibles. Dentro de los estudios humanísticos e históricos que tanto llaman la atención como para formar el cuerpo real de la patria, desde los propios inicios, existe un hombre fuera de serie al que siempre tuve el deseo  de investigar por las hazañas que vagamente sabía pero que de un inicio en el análisis circunstanciado de este caballero con el paso de los años y a pesar de su poco conocimiento en los infolios de aquella época, pude darme cuenta que era candidato ineludible para sostener este blog, porque con la madurez del raciocinio que se tiene y el enhebrar de tantos pasos trémulos en que viviera lleno de incertidumbres y dificultades, debía sacarlo a flote del fondo de la alacena historial para que los investigadores modernos formen conclusiones sobre el espíritu y la trascendencia de su obra en aquel siglo XVI venezolano colmado de problemas que ni el paso del tiempo solían atemperar. Por ello en el boletín Nº 376 de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela (octubre-diciembre de 2.011) y ajustado a los cánones del mismo publiqué el trabajo intitulado “El inefable Pedro de Graterol Escoto”, el que con algunos cambios necesarios y para conocimiento de quienes no lo hayan leído en tal Boletín, doy a conocer en esta oportunidad, de modo de entender mejor lo que en lenguaje técnico se denomina Historia de Venezuela, y mejor de América.
            Por estas vías de entendimiento diremos que uno de los personajes  resaltantes del Trujillo colonial es este sacerdote que llama la atención fuera de lo común por el tiempo que le tocó vivir y la escasa documentación existente. En efecto el inefable Pedro viene al mundo en una urbe serrana que en ese siglo de descubrimientos y ciertos desmanes se construye en forma errante, por los cambios de lugar en que se posa, de donde le toca nacer por ello en la llamada entonces Trujillo de Salamanca, que recien se fundase en el airoso valle de Boconó. Su padre, Francisco de Graterolo, nacido hacia 1517, escribano, provenía de conocida familia ancestral del norte italiano, “de los buenos antiguos y principales ciudadanos”, como afirma el embajador veneciano Pedro Priule, siendo natural por tanto de la república que pertenece al importante Ducado adriático de Venecia, donde dentro del ambiente de las góndolas mercantiles se forma con el ejemplo de los mayores en el dinámico  tráfico cultural y económico del Oriente  poderoso en riquezas  y la Europa renacentista que le instruye en las nuevas ideas. Y en la flor de su juventud como muchos europeos que se mueven alrededor de la figura del poderoso emperador Carlos V, en cuyos territorios no se ponía el sol, de diversos lugares de aquel continente en marcha y en busca de aventuras militares honoríficas con la protección de sus ancestros emigra a España, al cosmopolita y dinámico puerto de Sevilla, a donde fuera de los ansiosos peninsulares fluyen contingentes de flamencos, franceses, genoveses, alemanes, y tantos otros que ven en esta pujante ciudad andaluza, por ser la vía principal en el camino hacia América, un destino lleno de oportunidades, y en caso de él, para sentar familia.  Allí entre el acontecer diario y en las encrucijadas del destino se enamora y desposa a una joven  dama nativa del cercano Puerto de Santa María, nacida hacia 1519, quien precisamente no tiene apellido español, doña Juana de Escoto, de donde en aquella amalgama de gentes que la habitan, debe provenir de un origen escocés, y con ella pronto, en busca de una vida holgada ante el señuelo americano que a todos obnubila, desde el gaditano  San Lúcar de Barrameda en el galeón pertrechado “Santísima Trinidad” embarca en la expedición  de suficientes carabelas y 600 acompañantes  que salida a fines de 1534 hacia Venezuela trae el germano Jorge Hohermuth o de Espira, alto funcionario de la sevillana casa acreedora Welser, en calidad de apoderado o factor de comercio y como Gobernador y Capitán General de Venezuela, dispuesto así por el Monarca, de donde nuestra pareja De Graterolo y luego de dos meses navegando con buen viento arriba a tierra continental americana por Coro, el 6 de febrero de 1535. Tiempo después, asentado en esa ciudad de paso, al decir de la historiadora Sara Colmenares el veneciano Graterol viaja con el segoviano Juan de Villegas y atraviesa tierras de los rebeldes indios jirajaras para fundar a Barquisimeto en medio de las vicisitudes de esos traslados, y pronto en el amplio Valle de las Damas, junto al río Turbio se establece al lado de su reciente familia y donde ejerce cargos importantes de gobierno local durante varios años.
            Luego, en este movimiento de personajes e intereses que se suscitan primero con el fundador extremeño Diego García de Paredes y luego con el conquistador cacereño Francisco Ruiz, famoso por la apertura del camino ganadero hacia Nueva Granada, Graterol viaja con los suyos acompañando a Ruiz hacia el oeste, hasta los Andes de Trujillo, “en territorio cuicas”, para refundar una ciudad que llamaron Mirabel (patria chica de Ruiz), de poca permanencia histórica ya que pronto deciden cambiarla al fresco valle de Boconó, cuando el veneciano Graterol anda por el medio siglo de existencia. Es ahí en esta ciudad andina llamada Trujillo de Salamanca, donde en el seno de su familia compuesta además por más de cinco hijos, entre ellos el primogénito Bartolomé, como asienta Mario Briceño Iragorry, que ahora trae de Barquisimeto y en la que ocupa cargos municipales de valía, donde nace el presbítero y licenciado Pedro de Graterol, el año 1561 de nuestra era, o sea en tiempo del Concilio de Trento, que iba a ser motor fundamental y necesario en los menesteres de la Iglesia católica romana y el presente dogma de la Fe. Alto de cuerpo, de edad de más de 50 años, los ojos zarcos pintados, “con una señal de herida pequeña junto al bigote del lado derecho”, según documento oportuno, el historiador José Eliseo López así lo describe para 1610, cuando Graterol sube a la nave de registro a cargo del maestre Antonio de Raygade, que habrá de trasladarlo hasta América.          
            Toca al célebre fundador Diego García de Paredes ser padrino de aguas bautismales de este infante de familia conocida, quien con las mutaciones de la ciudad portátil, como bien le llama el cronista Oviedo y Baños, de poca edad con su padre y varios hermanos desde Boconó en el trasiego característico se muda el estrecho valle de los indios mucas, asiento definitivo de la capital trujillana. Años después de esta permanencia familiar fallece en esa ciudad, en 1567, el veneciano patriarca Francisco, con más de medio siglo de existencia, vinculado a la encomienda caballeresca oriental de San Lázaro por el linaje familiar, antiguo cronista, regidor, al servicio de los Welser y de Su Majestad, como cuando con otros detiene y ajusticia al siniestro Lope de Aguirre, dejando a la viuda aún joven y con numerosos hijos, la que dos años después desposa con el portugués y capitán marino Tomás Daboín. En Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, que así se llamará por siempre, el joven al lado de su madre y buen padrastro va creciendo al tiempo que ambos interesados con diligencia para su educación en cuanto a gramática, latinidad y otras materias esenciales de la época lo inscriben en la Escuela Superior de Artes y Teología que fundara el dominico, teólogo salmantino y tercer obispo de Venezuela, fray Pedro de Ágreda, en Trujillo, en 1576, instituto de enseñanza filosófica y el primero que en calidad de colegio seminario existe en Venezuela, según asienta el historiador Hermano Nectario María, es decir, cuando nuestro Pedro de Graterol ajusta los 15 años de existir y anda en plena conciencia de sus ejecutorias. En esta escuela de saberes (“semillero de excelentes sacerdotes”, la define fray Cesáreo de Armellada), bajo la conducción principal de dos frailes instruidos, o sea Diego de Velásquez, en el manejo de la Teología, y Juan de Peñaloza, para los cursos de Gramática y Artes, religiosos establecidos en su convento de la ciudad  que profesan el culto monacal a san Francisco de Asís y guardando diferencias de antes establecidas con el cimero santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, el entendido estudiante va cimentando serios conocimientos teológicos, dada la vocación sacerdotal que de antaño este trujillano demuestra a todas luces.
            De veinticuatro años de edad, es decir, en 1585, es ordenado sacerdote de Cristo en la sede episcopal de Coro por el viajero dominico y cuarto prelado lugareño fray Juan Manuel Martínez de Manzanillo, con todas las preeminencias que conlleva, mientras el sacerdote para ayudar a la grey de su asiento natural continúa viviendo en Trujillo, donde en base a la valía que ya conocen y por la extraña muerte (debida a veneno, en junio de 1600) del castellano y dominico obispo fray Domingo de Salinas, en el seno eclesial correspondiente se designa a Graterol como Vicario (juez eclesiástico) y Visitador General del territorio en que ejerce jurisdicción. Graterol se convierte así en el primer hijo de Trujillo  en ser ordenado sacerdote, con las facultades superiores a su cargo, que en aquel tiempo era mucho decir. Diez años más tarde y por sus conocimientos de canto religioso, entre ellos el gregoriano, conocemos que en la visita del gobernador Diego de Osorio a la ciudad de Trujillo, Graterol solicita ante la autoridad superior la Chantría (director del coro eclesial, “…de agradable timbre de voz,…por la excelente ejecución de los cantos…” asienta el hermano Nectario María) de la catedral de Coro, que es primada por allí residir el obispo de Venezuela y hasta el gobernador de la provincia, mientras logra mudarse a Caracas el gobierno civil de Juan de Pimentel, aunque en la escogencia y dado su valer reconocido  las altas autoridades lo designan para ejercer el cargo de Arcediano de Coro y de Provisor General de la diócesis de Venezuela, siendo la primera autoridad eclesial después del prelado en funciones, por lo que hechos los cambios oportunos el trujillano asume la jefatura de la misma diócesis a la rápida desaparición del ilustre fraile Pedro Mártir Palomino, dominico burgalés y quinto obispo, fallecido en Coro en 1596. El provisor en este caso es un juez diocesano, nombrado por el obispo, con quien constituye un mismo tribunal, teniendo potestad ordinaria para entender en causas eclesiásticas.  
            En 1597 y siendo dueño de tierras que ha adquirido el levita aún reside en Trujillo, mas vista la sede vacante ocurrida para gobernar la diócesis, como asienta Manuel Pérez Vila, el Cabildo Eclesiástico reunido en pleno designa para cumplir esas funciones al presbítero Graterol, de 36 años,  quien ya en calidad de Provisor y Vicario General del obispado firma sus decisiones como “Gobernador de Venezuela”, desde luego que referidas al campo eclesiástico. Una década más tarde, sin cesar en su ejercicio por mayo de 1608 y cuando anda camino del medio siglo de edad se embarca rumbo a España, donde va a permanecer dos años nutricios en Europa (como la detenida visita familiar en Mora de Portugal), dentro de una intensa labor, mientras fallece en Caracas el valioso mitrado franciscano fray Antonio de Alcega, por cierto pirómano y por ende experto calcinador de 3.000 muñecos indígenas, a lo que agrega incinerando 1.114 santuarios de esos naturales idólatras y de culto,  hallados por pesquisa en la provincia trujillana, como el mismo sin inmutarse escribe. Por causa de su fallecimiento varias ciudades venezolanas, entre ellas Barquisimeto y Maracaibo, que conozcamos, pidieron a Su Majestad el Rey Católico tomara en cuenta la excelente labor del trujillano De Graterol, ahora en retorno de Europa (1610), para suplir la vacancia episcopal abierta, proposición que desde luego no prospera por intereses minúsculos y el impedimento o hecho de minusvalía existente, suerte de capitis deminutio, por haber nacido el postulado en América, lo que sin embargo con los arreglos respectivos no fue obstáculo para ejercer esa vacancia en forma indirecta  pero efectiva, al continuar siendo Provisor y Secretario General de la diócesis, es decir, su director y administrador general, con sede en Trujillo, y mientras no se llenara con algún prelado esa nueva vacancia.
            En esta alternativa de las continuas sedes vacantes debe suplir de nuevo en la función episcopal diocesana al ilustre burgalés Pedro de Oña Ruiz (1560-1616), mercedario, escritor de nombre y al que retrata Zurbarán, erudito, teólogo de fuste y filósofo comentarista de Aristóteles, quien designado obispo de Venezuela en abril de 1601 durante largos meses fue renuente a tomar posesión de ese cargo inferior a sus pretensiones, una vez consagrado como obispo, alegando por escrito enfermedades varias y escasa congrua de sustento, mientras al padre Graterol ejerce sus funciones de gobierno como Provisor  y Vicario General, según poder escrito del propio obispo De Oña. Por este motivo inusual y desde luego mediante órdenes superiores el presbítero Graterol una vez que deja en buenas manos la jefatura de la diócesis emprende nuevo viaje a Madrid en busca De Oña(aunque la fecha que conozco no concatena con la de su primer viaje), para sostener entrevistas que acaso lo llenen de sabiduría  y quien le instruye de otros conocimientos, mientras se prepara una visita a la Corte real que allí reside, al tanto que con alguna rapidez se soluciona el problema en suspenso con el fraile renuente, que es cuando el Rey de España dos años más tarde (1603) designa a De Oña como obispo de Gaeta, en el reino hispano de Nápoles. Esta información por cierto es poco conocida de los historiadores venezolanos.
            Como se puede apreciar, De Graterol rige la diócesis  en vacancia hasta finales de 1606, cuando llega para consagrarse  de la misma mitra el viudo y fraile franciscano Antonio de Alcega. Y en esos menesteres diarios de gobierno vuelve a ser Provisor eclesial en 1617, a raíz de haber sido nombrado el sucesor del dominico Juan de Bohórquez, o sea el quisquilloso fraile paulista Gonzalo de Angulo, para ejercer la diócesis de Venezuela, de la que se encargará luego de 1619, “y gobernó la diócesis al ausentarse aquel”, siendo aún Vicario de Trujillo (que lo era desde 1616), cuando Graterol alcanza los sesenta años de fructífera vida espiritual. En resumidas cuentas, este sacerdote ejemplar y por demás necesario entre tantas vicisitudes acaecidas “rigió los destinos de la Diócesis dos veces  y fue su Provisor en cuatro oportunidades” (María Luisa Villalba de Pinto), mientras que monseñor Francisco Antonio Maldonado anota, “Graterol fue por espacio de veinte años como provisor y vicario general el administrador de la diócesis”, a lo que agrega de manera indubitable Nectario María “siendo de este modo como el verdadero director y administrador de la extensa diócesis de Venezuela”, con sede siempre en Trujillo, lo que convierte a este levita  en un sacerdote también de excepción.
            El trujillano Briceño Iragorry ahondando sobre el tema asienta que Graterol continúa de Provisor en el gobierno del obispo Bohórquez, que es cuando toma en cuenta la fundación del convento dominico de monjas en Trujillo, lo que organiza desde el 1617, comenzando a fabricar el edificio con altibajos a partir de 1597, siendo su primer vicario y director. Así, durante mucho tiempo el clérigo insigne se constituye en el eje dinámico y en el alma de la institución de clausura, para que en su calmado interior nada falte ni menos nada sobre.
            Ya para el año 1620 Graterol es Arcediano o primera figura de la catedral de Coro, e igual destino le toca en Caracas, cargo que desempeña por breve tiempo porque en 1623 deja tal distinción meritoria en manos de su pariente próximo (acaso sobrino) Bartolomé de Escoto, venido a estos efectos de Santa Fe de Bogotá, aunque en ese desandar de los primeros tiempos formalmente resida en Trujillo, y a su vez como erudito conocedor de la materia es Comisario de la Santa Hermandad o Tribunal de la Inquisición que reside en la ciudad, brazo ejecutor de la Iglesia bajo el manejo directo de los versados dominicos, donde puede librar sentencias o autos de fe este drástico juzgador competente en toda clase de herejías, hechiceros, idólatras, magia, santerías, blasfemias, brujerías, cartomancia, profanaciones, bigamia, etc., dependiendo en ello del superior jerárquico de alzada, cuya sede reside en Cartagena de Indias.
            Un año después y mientras el Gobernador de Venezuela Francisco de la Hoz Berrío permanece en Trujillo por un tiempo, Graterol es nombrado para formar parte de la Junta de Notables que en dicha ciudad redacte una Ordenanza contentiva de 34 capítulos con que se regirá la provincia y  las diez ciudades que hay en ella, importante documento social que se publica a través de pregón y testigos presenciales el 25 de mayo de 1621. En 1622 y ya de 60 años de edad el padre Graterol mediante múltiples diligencias, pareceres y solicitudes luego de la Real Cédula  ejecutoria y de acuerdo con reglas canónicas procede a fundar el monasterio de religiosas dominicas de clausura llamado Regina Angelorum (Reina de los Ángeles), el primero establecido en Venezuela, con que se cumple la necesidad de un retiro espiritual para tantas jóvenes y damas especialmente viudas. A los 73 años de una larga vida ve culminada su obra cuando en noviembre de 1634 impone el hábito a las primeras cinco novicias y fundadoras de este importante convento de Santa Catalina de Siena, dos de ellas llamadas Josefa de Graterol y Juana de Escoto. Y ya para el 14 de junio de 1637, siempre como comisario y juez apostólico vuelve a figurar en la procesión solemne incorporativa de catorce monjas de ese mismo cenobio dominico.
            Su vida transcurrió casi siempre en Trujillo, al frente de la feligresía que le admiraba por ser un fiel pastor y de rigurosa preparación, teniendo en claro la suma de sus altas ejecutorias y el haber sido en verdad el primer nativo que por justo reconocimiento ocupa el alto sitial de gobernar la diócesis de Venezuela. Beneficiado por años en la iglesia de Santiago de León de Caracas, según asienta una relación del sevillano Consejo de Indias, como Comisario del Santo Oficio aún ejerce funciones en Trujillo, porque en 1639 aparece su nombre en un documento del convento Regina Angelorum, ya dijimos, muy ligado a Graterol desde su fundación,  y como asienta Amílcar Fonseca. El anciano tenía entonces 78 años de edad.
            Noble, virtuoso, docto, “de loable vida y ejemplar conducta”, al concluir este trabajo histórico asentamos que a Graterol tocó un tiempo de mucha dificultad para el funcionamiento de la Iglesia en Venezuela, sobretodo por el peligro luterano en ciernes, las herejías diversas y las incursiones piráticas, lo que supo llevar a buen puerto y con ejemplar maestría por más de 55 años en medio de tantos incidentes sobrevenidos. Tuvo que ser amigo y de los buenos del capitán Juan Pacheco Maldonado (1578-1645), nieto de su tía Ángela Graterol y además compadre de confirmación, el otro hijo insigne de Trujillo por mil causas, éste nacido como el primero en el valle de los Mucas, donde debieron recordar por tantas tertulias sostenidas y en la vejez tranquila, la suma ejemplar de sus hazañas, uno al servicio del Rey y la espada triunfante, y otro con el crucifijo en la diestra elevando siempre a la Iglesia de Cristo. Aquí no vale aquello, pues, de que el hábito hace al monje.
           
             

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