sábado, 3 de diciembre de 2011

DE COMO ESPAÑA RECONOCE LA LIBERTAD DE AMERICA.


Amigos invisibles. Un tema trascendental para muchos de los que indagan en nuestro blog es el que ahora vamos a tratar, porque en el desconocimiento aún se encuentra esta materia histórica que dio origen legal a todos los países americanos como naciones independientes. El problema se plantea desde un principio cuando a raíz de los acontecimientos subversivos que hacia 1810 acaecen en estas provincias indianas con motivo de la detención de los reyes Carlos IV y Fernando VII  por obra de Napoleón Bonaparte, y se insurreccionan las colonias en defensa de los derechos reales, que en síntesis fue una mascarada para conseguir cierta soberanía, como aspiraban las clases mandantes en estos países americanos. Pues bien, de allí arranca todo el rompecabezas puesto que a dichas clases dirigentes se les subieron los humos al cerebro, y con los líderes o caudillos que tal situación genera, comienzan a maniobrar en un zigzag para la liberación total de este continente hispano americano.
            Como es de esperar que todos conocen las peripecias ocurridas durante la sangrienta guerra de liberación, en que un poder constituido en la metrópoli y en gobierno durante más de trescientos años sujeta al toro por los cuernos en estas provincias de ultramar, lógico era que con el desgaste político y económico ocurrido en la península española con motivo de tantos sinsabores que acaecen por aquellas tierras de la Mancha y con quijotes incluso, se fuera fortaleciendo el poder provincial americano cuando fallan los suministros para la guerra, se desprestigia la razón de ser de un imperio que puede dar pérdidas en una economía vacilante como la española y que, en fin, por obra de tantos tropìezos políticos que acaecen en el corazón hispano que tambalea por tanto chasco entre unas cortes desabridas que cambian constituciones por obra de la presión interna y la posición mal secuente –y valga el neologismo- del dominante Fernando VII, que en la miopía política no mira lo que existe debajo de la alfombra, todo ello da por resultado que fuerzas internas comiencen a pensar de muchas maneras y hasta de constituir a las Américas en reinos dependientes de Madrid, para así disipar temores fundados en la realidad y a la vez dar respiro a la tensa situación que se vive en las capitales y otras zonas de redención hispanoamericanas.
            Mientras tanto la guerra de desgaste se mantenía tensa por estos lares de aquende el océano, con figuras como Bolívar que exaltados buscaban la independencia total a toda costa, en la contrapartida el ejército que comanda el pacificador Pablo Morillo anduvo en aprietos diversos y por falta de auxilio ya que de España nada venía en este sentido, al tanto que los patriotas de Venezuela se mantienen de capa caída en una guerra perdidosa, por falta de espíritu marcial y porque la contienda en muchos aspectos se expresa a favor del zamorano Morillo sobretodo desde 1816 hasta 1819, cuando manejaba casi todo el territorio la bandera hispana del “non plus ultra”, y los patriotas se refugian entonces a la sombra del caudillo general José Antonio Páez, que con sus hábiles lanceros defendía la situación en ese trienio de  desastres. Por manera que dentro de la estrategia que traza el caraqueño Bolívar está la del aguante, mientras se recupera terreno, se puede incorporar más gente a las filas guerreras que se golpean con la falta de estímulo y la deserción, y porque hay que establecer nuevos planes de lucha, al tiempo que se pìensa en ataques decisivos al enemigo y en crear a la Gran Colombia para de esta manera poder destruir el poderío sempiterno de Iberia en este continente dominado por sus garras.
            De otro contexto a sabiendas Morillo de su avance y su seguridad de un triunfo acaso pírrico porque el corazón de la contienda por lógica razón se mantenía del lado republicano, sin embargo como buen militar no daba el brazo a torcer y más cuando conoce que en Hispania se prepara un ejército de 6.000 efectivos que vendrá a socorrerlo (entonces se decía como ardid militar que iba para Méjico) en sus menguadas tropas, lo que le mantiene el espíritu tranquilo y consciente de que la misión emprendida anda en el camino correcto. Pero dio la mala suerte para el Pacificador que como en la Península seguía en ascuas la situación política con los desmanes insensatos de Fernando VII, este ejército ya formado y que a punto de embarcar rumbo a la América se mantenía presente en Cabezas de San Juan, cerca de Cádiz, esa tropa de regimientos preparados reacciona en contrario, pues como el jefe masón de dicho contingente militar,  teniente coronel Rafael del Riego, tiene otras ideas en mente, en mala hora junto con otros tres militares de mando que allí se encuentran deciden dar un golpe militar en el sentido de rebelarse contra el viaje, exigir la puesta en vigencia de la constitución liberal de 1812, lo que consigue, y dispersar a los combatientes, situación en la que casi ahogado de tal empresa inesperada acepta el pusilánime Fernando VII, mientras el rebelde asturiano Riego se convierte en héroe nacional.
            Ante esta situación trágica el compungido rey Fernando decide tomar las de Villadiego, como se dice, y sin otra espera que amaine la descarga, por lo de la pobreza del erario español de inmediato y por Real Orden del 11 de abril de 1820 que se materializa el 21 de junio siguiente, dispone que el pacificador Pablo Morillo entre en conversaciones con los insurgentes, liderados por Simón Bolívar y hable, por primera vez en América, de un alto al fuego y un Armisticio, con que se podrá llegar a un arreglo de la Paz. Este documento fundamental  e hito máximo en la guerra libertadora, cuando cerca de un mes después es recibido por Morillo, cuentan las buenas lenguas que el zamorano entró en furia porque vio toda su labor destruida, cuando él pensaba ganar mejor dicha contienda, y ya que el rey le coloca en un callejón sin salida ordena a sus subalternos prepararse para este descalabro, porque él como buen militar fogueado en tantos combates guerreros esta vez debía obedecer las disposiciones emanadas de Madrid.  Mientras tanto y del lado patriota se revisa el escenario de la contienda y los planes a seguir, en lo que el libertador Bolívar anda sumido, más cuando recibe de parte de Morillo el oficio en que el zamorano le pide iniciar conversaciones para buscar la paz, entra en júbilo como todos los presentes, aunque desde ya se planifica toda una estrategia para aprovechar el tiempo, moviendo regimientos y ejércitos locales, como otros servicios necesarios, a fin de con estas tretas encercar al viejo y herido león hispano. El tiempo fue precario de ambas partes, por cuanto Bolívar aprovecha la situación para moverse por Angostura, el Apure y el Ande tachirense, preparando el escenario oportuno a conducir, hasta cuando por fin decide acordar en lo planteado comunica a Morillo su postura, quien le sigue los pasos no muy lejos, al conocer que la ciudad de Trujillo fue acordada como el sitio escogido para los encuentros, precisamente en la urbe donde siete años antes Bolívar había decretado la tenebrosa Guerra a Muerte que colmara el país con millares de muertos, de donde el zamorano le comunica al Libertador que ya anda por el larense Humocaro Bajo y que para llevar a cabo la encomienda piensa establecerse en el monárquico burgo de Carache, mientras el Libertador desciende por las montañas de Mérida, designa al general Rafael Urdaneta como su sustituto  para seguir la guerra, en caso de que ocurra algo en su contra,  y al frente de 3.000 soldados se establece en la Sabanalarga de Carvajal, cerca de Valera, cuando recibe en el correo monárquico que la Junta de Pacificación erigida en Caracas ha resuelto designar como comisionados plenipotenciarios para llevar a feliz término el encuentro, al brigadier Ramón Correa de Guevara, al noble caraqueño Juan Rodríguez del Toro, y al español cantábrico Francisco González de Linares, todos muy bien conocidos por Bolívar.
            Como era de esperar y ya hablando en términos diplomáticos los representantes reales para tal encuentro no podían ser mejores escogidos para atemperar cualquier indisposición bolivariana, pues si a ver vamos el excelente caballero Don Ramón Correa estaba casado con una hija de doña Inés Mancebo de Miyares, quien inicialmente amamanta a Simón Bolívar por no poderlo hacer su verdadera madre, y quien además luchara en forma gallarda desde 1813 enfrente de Bolívar, pero que desde luego a título personal ambos mantenían una buena amistad. De otra parte el segundo comisionado a tal evento era Don Juan Rodríguez del Toro, viejo conocido de Bolívar por ser de las primeras familias de Caracas y hermano del Marqués del Toro, gran amigo además del Libertador, hermanos quienes con  el también fraterno Fernando mantenían lazos indisolubles, por encima de que Juan y el propio Marqués hubieran dejado sus veleidades patrióticas para volver al campo monárquico, y el último de los comisionados era un gran señor establecido con sus negocios en Caracas, en que trajo una primera imprenta a Venezuela, y que como realista a rajatabla con sus hermanos había sustentado la llamada Conspiración de los Linares, en la Caracas revuelta de 1808. Por parte de los defensores del estatus imperante, pronto supieron oficialmente que los comisionados patriotas designados para tal encuentro eran el joven general Antonio José de Sucre, de la absoluta confianza del Libertador, de mente distinguida y apacible,  estratega de primer orden que ya se perfilaba como gran diplomático y héroe impar en la batalla de Ayacucho que dirige, de donde por dicho triunfo inigualable es ascendido a Gran Mariscal. Le sigue en el grupo de comisionados el coronel Pedro Briceño Méndez, quien como Secretario particular de Bolívar y Secretario de Estado varias veces, lució una honrosa carrera pública y militar, quien acompañara a Bolívar en 1813 cuando firma en Trujillo el triste pero necesario Decreto de Guerra a Muerte, que ahora en la misma ciudad van a enterrar. Además estuvo casado con una sobrina del general Bolívar. Y como tercer comisionado se designa también al teniente coronel José Gabriel Pérez, caraqueño, de la confianza del Libertador, el que presta servicios como Secretario oficial y quien cumple una diversa e importante función pública y militar en las llamadas Campañas del Sur, a la orden siempre de Simón Bolívar.
            Como era de suponer y previo los preparativos del caso para realizar la famosa Semana Diplomática a realizarse en Trujillo, que como vemos anda en manos patriotas, la delegación española arribó sin contratiempos a la vieja ciudad en la tarde del día martes 21 de noviembre de 1820, cuya patrona es Nuestra Señora de la Paz y que hoy ostenta una estatua de la Virgen montante a 47 metros de altura, la que se hospeda con sus respectivos servicios en la amplia casona de dos pisos del andaluz malagueño José de Gabaldón, establecida en la parte baja de ese poblado de algunos 15.000 habitantes, mientras que la delegación republicana de Colombia, que así se llama el nuevo país,  ya había llegado a Trujillo y se aloja con el séquito acompañante en un ángulo de la Plaza Mayor y frente al edificio del Estanco de Tabaco, en cuya parte interior se acomodan porque los dos amplios salones que miran a la calle se habilitan con muebles y escribanos para que allí funcionen por separado tanto la delegación española como la patriota. No es de extrañar que esa misma tarde ambas comisiones se hayan saludado de manera informal, de acuerdo con el protocolo y la etiqueta sustentados, en el hospedaje de la delegación monárquica recién llegada, por ser en este caso anfitriones los republicanos.
El miércoles 22 de noviembre, día segundo del encuentro y ya reunidas oficialmente  ambas embajadas, se procedió a realizar el canje necesario de los poderes plenipotenciarios, una vez revisados los documentos respectivos, mientras que por los representantes de cada parte se procede a conformar como a dar el visto bueno de la agenda respectiva, al tiempo que los agentes del general Morillo hacen entrega al general Sucre, en larga y detallada comunicación, de las bases o proyectos contenidos en los convenios para aprobar en dicha controversia, los que de inmediato se comienzan a revisar, por la parte republicana.  En la tarde y de nuevo reunidos, los diplomáticos colombianos y por escrito contestan a la pretensiones españolas, agregando a su vez   los objetivos, propósitos o enmiendas con que se empeña la delegación republicana, lo que deriva en conferencias intergrupales, largas y penosas de un principio, pero cortesanas, cordiales y distinguidas.
El 23 de noviembre, día jueves y tercero de las entrevistas, se inicia con un arduo debate  que ocupa buena parte de la jornada, con el tira y encoge de las peticiones mutuas, en el ámbito diplomático, cuando la delegación colombiana acuerda modificar sus pretensiones y luego, cediendo posturas en la discusión al ver que los delegados españoles agotada la materia en mesa amenazan con regresar hasta Carache, su punto de partida (“regresamos inmediatamente”), donde se aloja el conde de Cartagena, Pablo Morillo. Mas vista la nueva posición colombiana, expuesta por boca del diplomático general Sucre, se apaciguan los ánimos caldeados, con lo que los hispanos aceptan seguir en las conversaciones respectivas.  El cuarto día de las entrevistas, viernes 24 de noviembre, continúan las conferencias para aclarar aspectos conflictivos, afinando los términos de una posible resolución, “sin que tuviesen ahora los términos [de parte y parte] ninguna proposición exagerada”.
En el quinto día de las reuniones (sábado 25 de noviembre), luego de afinar términos y de achicar pretensiones coincidiendo ahora en lo fundamental, ante escribanos y amanuenses diestros que deben realizar los sendos documentos con premura y “bella” letra, sin tacha y menos enmiendas para la firma y refrendo de cada parte en litigio, se procede a firmar, iniciándose ese día con el básico Tratado de Armisticio, que contentivo de quince artículos en los detalles revisa en su morada el propio Bolívar, recién venido de Sabanalarga, con duración de seis meses y extensivo a los tres departamentos de Colombia, con el que concluye la horrible Guerra a Muerte, que había descendido en intensidad desde 1816,  tratado que se firma a las diez de la noche de ese sábado, y que una vez ratificado por Bolívar el domingo siguiente, y cuando lo hace también el general Morillo, de inmediato se envía a los cuarteles generales de ambos bandos, para el cumplimiento definitivo.
Ese domingo 26 y luego de los servicios religiosos de rigor se procede a concluir los protocolos de un Segundo Tratado, acordado en las mesas de debate y desde luego que con el beneplácito de Bolívar y Morillo, o sea el de Regularización de la Guerra, contentivo de catorce artículos referentes al ejercicio de la misma contienda (prisioneros, muertos, etc.), el que se firma también a las diez de la noche de ese día festivo. Una vez concluido este ejercicio de honda repercusión histórica para todos los países hispanoamericanos, en que dejaron de ser simples insurgentes para considerárseles a la luz del Derecho Internacional Público como beligerantes, con todos los derechos que el término conlleva, el principal brigadier y amigo Ramón Correa insinuó a Bolívar, presente en la asamblea, que accediese a la invitación que le hacía el general Morillo para entrevistarse en el cercano pueblo de Santa Ana, equidistante de los cuarteles de ambos opositores, lo que se lleva a cabo el lunes siguiente y 7º de los Tratados, donde finalmente el zamorano allí rubrica en el refrendo y por España, tan por demás importantes documentos, que dados su contenido explícito e implícito son base de la independencia de cada país americano y desde luego que el reconocimiento tácito de Colombia, según lo escribe el jurista Nemesio García Naranjo, porque cada uno de tales instrumentos bien claro comienza “Deseando los gobiernos de España y Colombia manifestar…”. Allí en Santa Ana se conocieron esos dos grandes hombres y luego del abrazo y la recepción ofrecida por Morillo no se volvieron a ver (donde estaban presentes grandes figuras del momento como don Miguel de La Torre, ya designado Conde de Torre Pando, el futuro Mariscal Sucre, el distinguido patriota coronel Diego Ibarra, el coronel Tello, el comandante Pita, oficiales ingleses, el Secretario Caparrós, y acaso los Estados Mayores de ambos Generales, como otras distinguidas personas), porque sus destinos eran diferentes.
En resumidas cuentas y como se comenta tras corrales, de esta historia muy cierta la intención de Bolívar con aquella Semana Diplomática y sus resultas fue obtener más tiempo para reforzar sus tropas y así disponer mejor al ejército, con miras a triunfar en Carabobo, y luego en Boyacá, y en Pichincha, y en Junín y con su pupilo Sucre al frente, en la inmortal batalla de Ayacucho. Como dicen muchos historiadores aquello fue una mascarada, una comedia más de Bolívar para ganar la guerra. Pero no se crea que el cazurro Morillo había caído en la trampa,  porque como está escrito en sus memorias la famosa Orden Real de abril de 1820 decapitó la historia española en América, y Morillo, como hombre vertical, debió cumplir esa orden para los españoles maldita, porque con ella se perdió América.


ramonurdaneta30@hotmail.com

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