sábado, 24 de septiembre de 2011

OTRAS MUJERES DE SIMÓN BOLÍVAR.

Amigos invisibles. En este segundo capítulo referido al bello sexo que pudo rodear como una aureola la testa coronada de El Libertador Simón Bolívar y donde ya hemos traído a dieciocho amantes con currículo histórico elaborado por destacados conocedores del tema y hombres de preferencia que se empeñan en el esclarecimiento de los pasos de Clío, donde sobresalen mujeres de la calidad de María Teresa del Toro, su esposa, de Josefina Machado, conocida entre los íntimos como la “Señorita Pepa”, tan vinculada al caraqueño por varios años, la fascinante Manuela Sáenz, que le dedica una década y toda su vida además, la encantadora Julia Cobier, que a base de cariños le salva la existencia llenándolo de fantasías nocturnas, y la boliviana María Joaquina Costas ¡ah¡, que como la colombiana Ana Rosa Mantilla con certeza demostraron la no esterilidad del héroe, de lo que desde luego el caraqueño murió convencido por estar  ello fehacientemente demostrado.

Pero en este segundo aparte del corazón bolivariano, que a veces fue duro y otras supongo que cariñoso, debido como he contado a las complicaciones de su vida trashumante por nómada que le impedían enseriar esta parte de su razón, comenzaremos por mencionar otras damas que también tuvieron sus enredos sentimentales y hasta más allá con Bolívar, como lo demuestran algunas crónicas de aquel tiempo, o ciertas  referencias descontextualizadas pero indicadoras de esos sentimientos, y en fin que por diversas fuentes advenidas se cae en razón de la intimidad que existiera entre las parejas ocasionales. Así acontece con la caraqueña Gertrudis del Toro, casada en dos oportunidades, por 1815, a quien le reclama ávido su presencia necesaria en Kingston y antes de la hecatombe ocurrida, también desde Cartagena de Indias, según detalla Williamson. Otra relación a la chita callando aparece así con la hermosa mujer (“mi dama”) del venezolano coronel y luego general Juan Manuel Valdés, al que mantuvo atareado en comisiones lejos de su hogar, lo que sucede en forma muy privada y asidua en su residencia de Los Cayos de Haití, como lo afirma el español Madariaga. Otra beneficiada con la gracia de Bolívar es la inteligente y hermosa mulata Jeanne Bowvril, hija del gobernador inglés de Los Cayos, cuando allí posara tranquilamente el Libertador durante los preparativos para la expedición marítima que desde tal extremo isleño partiera hacia Tierra Firme continental, quedando aún tiempo entre tanto menester para como hijo de buen padrote “saciar la sed en la estrechez corporal de la haitiana Lydia Goncourt, de buen origen francés”.
Ahora con respecto a tantas  mujeres que afloran en este ramillete incansable de cultivadoras del amor bolivariano, y piénselo usted a su entender, voy a utilizar el sistema de el alimón para referirme a tantas de ellas que en diversos países, con nombres y señales en su oportunidad formaron la legión cultivadora de su imagen en este sentido, habiéndolas engarzado para su conocimiento de diversa manera y que aparecieron oportunamente en la soledad del héroe para darle calor y cobijo sentimental a lo largo del derrotero marcial en que peregrinaba. Dejo a ustedes, amables lectores y para que se distraigan, el encargo de colocar tantas damiselas y hasta señoras de respeto y devoción local, no solo en el sitio que les corresponde dentro de aquel corazón compartido con la  militancia amorosa, sino el lugar y el tiempo en que las hazañas escondidas o públicas ocurrieron, de acuerdo con el desplazamiento del Libertador en los diversos lugares de visita, para lo cual pueden valerse de su cronología contenida en la página web. Gracias de antemano y que en ello me ayuden, como a los interesados en este tema tan lleno de vivencias.
            Pues bien, así señalaremos a Josefina Núñez, Isabel Jiménez y a la venezolana de Margarita (Juan Griego) Asunción Jiménez, nexo ubicado en 1816 como lo asienta el conocido oficial y marinero Bernardo Jurado Toro, relacionándola a esta última con las permanencias de Bolívar en Margarita y Tierra Firme después de las expediciones de Los Cayos y Jacqmel.  Otra señora que asocia ese escritor al alma divina de Bolívar, es la dama tachirense Juana Pastrano Salcedo, humilde, nacida en Piedra Gorda cerca de Capacho Viejo, en 1795, quien en sus 25 años acompañara la expedición bolivariana de la Nueva Granada, en 1819, y luego siguióle de bajo perfil hasta Trujillo, en 1820 durante la firma de los Tratados de Paz y Regularización de la Guerra allí suscritos entre las partes contendientes, según lo afirma el mismo capitán de navío Jurado Toro. Y en Trujillo vivían dos hermosas hermanas solteronas hijas de don Jacobo Roth, blancas de origen irlandés, donde Bolívar siempre se hospedó y que nunca se casaron. Otras mujeres por este camino de lo solitario aparecen en la vida de Bolívar, desde la “midinette” de París y “la enlutada”, posible joven viuda, como lo asienta Luís Correa, o los múltiples amores que sostuvo en la licenciosa ciudad de Lima, urbe tan dada a ello, como lo reclama el ecuatoriano Alfonso Rumazo. En El Socorro de Santander, en Colombia aparece la figura conocida de Antonia Concepción Fernández, a quien se le sindica en el largo calendario amatorio. Nuevas mujeres que pondremos en estos mismos niveles, pero que algunas rayan con el mito, se refieren a las hermanas Patiño, María Jesús y Sebastiana, a la sensual Miranda Lynsday, a las bellas ocañeras hermanas Lemus (Juana Vicenta o Bárbara, que en 1813 corona a Don Simón, y Juana de Dios), a la sensible Manuela White, maestra parvularia de Caracas, a Tomasa de Suero y Larrea, poetisa que conoce en Lima, escribiéndole poemas en francés. Y siguen por esta relación con pequeñas anécdotas locales, Aurora Pardo, de origen realista recalcitrante, en Lima. Una joven de nombre Aurora, en Cuenca de Ecuador.  Francisca Subiaga, la perdedora del arete en Lima. Y Teresa Mancebo, que le trastorna el sueño en sus querencias. Delfina Guardiola, de fuerte carácter, en Angostura de Venezuela. Javiera Moore, bailarina en Popayán, a quien obsequia un pañuelo de recuerdo. La señora Fernández, en Caracas, antes de casarse con el luego general merideño Justo Briceño, “que mucho la quiso pero que no había correspondido”, como Bolívar le confiesa al francés Peru de Lacroix. Y la altiva doña Pepa Acevedo de Pose, por Tunja en tiempos de Boyacá (1819), de quien exclama el caraqueño “hermosa, …me devolvió el ímpetu sexual al que yo creía perdido”, como escribe con soltura su paisano de ella Perico Ramírez.

Si bien en la primera parte de este trabajo amatorio o mujeriego resalté la figura de la señora Costas, por ser la madre de don Pepe Costas, el hijo de Simón Bolívar, ahora señalaremos también a Ana Rosa Mantilla, a quien Bolívar encuentra en octubre de 1819 al llegar a la fresca San Carlos de  Pie de Cuesta, cerca de Bucaramanga, en Colombia, bella y coqueta vecina, con dos trenzas de cabello anudadas en rojo,  y con quien pasa dos noches de placer, al estilo Musset, de lo que nos referiremos oportunamente, quien en la consagración espiritual nueve meses después y como hijo le oferta al robusto Miguel Simón Camacho. Otra mujer que por allí se acuesta con el caraqueño es Lucía León, mulata de origen esclava, “muchacha bien parecida y sugestiva”, la que vivía en Ocaña donde unas señoritas de apellido Jácome y fue madre de un sacerdote presunto hijo del caraqueño.  Por ese camino del querer Juana Eduarda de la Cruz tuvo sus intimidades con el caraqueño en Túquerres, el Sur de Colombia. Con Socorro Bolívar, en las afueras del río Magdalena. Con la mestiza Inés Berbesí, arriba de Valera, en Carmania de Trujillo, en junio de 1813. Con María Josefina Cuero, en Yumbo, cerca de la colombiana Cali. Con la gentil Ana Segovia, en San Jacinto de Trujillo, en Venezuela, en marzo de 1821. Con Jerónima Salinas, en Angostura del Orinoco, por 1818. Con doña Pancha de Mosquera, en Popayán, en 1822. Con Paula Vallejo Guerrero, en Carlosama, Sur de Colombia, también en 1822. Y al Norte de Quito una chica de apellido Jarrín se dejó de cuentos y fiestera se acercó a Bolívar para también tener enredos amatorios de alcoba, en 1822. En ese mismo prolífico año Bolívar lleno de lujuria amorosa tiene enredos con una “morlaca” de apellido Ortega, en la plácida Nabón, dentro de la provincia quiteña de Azuay.  Y en Cuenca para no perder el tiempo el corajudo Don Juan tendrá su solaz con una joven arriesgada a quien luego llamaron por antonomasia “La Libertadora”. En Saraguro de Loja, también del Ecuador, caerá entre esas redes íntimas del destino una joven de apellido Ayacaba. Y ya cerca de Quito galantea a la “esposa de un destacado militar”, con quien de seguidas tiene amores de alcoba. En 1826 tocó esta oportunidad amatoria  a la guayaquileña María Magdalena Arrieta y Chatar. En Pisco  (1826, Perú) y en San Borondón (1829, cerca de Guayaquil), en el o la incontenible líbido heredado se acuesta con dos damas, por separado desde luego, cuyos nombres desconocemos, aunque sí nos recuerda la historia y tradición o cronicario locales que en el serrano e indígena Otavalo pasó unos días encamado con doña Trinidad Zambrano, que para eso el caraqueño no daba lástima ni tenía desmayo o enfermedad.

Puede ocurrir que alguna de tantas “morlacas” se me haya escapado desde el redil del cuadro vital bolivariano, pero lo aquí inserto deja por conclusión inequívoca que el caraqueño a partir de su tierna edad del 16 cumpleaños seguidos y por 31 años más, el mundo erótico siempre lo persiguió, en una u otra forma. En las dos partes de este trabajo sentimental e histórico he traído al recuerdo algunos rasgos importantes en la relación de Bolívar con 27 amantes, todo de diversa factura, cosa que le coloca como sujeto de colección, de eso que ahora moderno llaman Guinness, y que entre tantas damas señaladas, en la diversa escala social que tenía sin cuidado a Don Simón, aquí por lógica razón y como afirma el dicho, no son todas las que son ni están todas las que deben incluirse, y por motivos obvios. Pero lo que no se puede obviar en esta ruta bolivariana de algunas 40 ciudades y sitios escogidos para el amor casual, es que por encima de haber sabido disfrutar de la vida para quizás compensar la pesada carga de su diaria faena, con toda seguridad esas tantas mujeres no se pueden esconder debajo de la alfombra, como algo imposible de su existencia, porque el número es apabullante y valga decirse que entre todo este sortilegio femenino mucho tuvo y tendrá de qué hablarse. Eso está más claro que la luz del sol y en lo adelante con ciertas interpretaciones científicas, sutiles e historiadas habrá de tratarse este paso bolivariano con todo el rigor lógico a que es menester, así existan cabezas calientes que cultivando el fallido mito de la pureza lo nieguen  todo y sean pesimistas de nacimiento.
En este viaje ligero pero sustancioso hemos podido encontrar rescatando a mujeres como la mejicana (1), española (1), francesas (4), venezolanas (muchas), dominicana (1), colombianas (muchas), ecuatorianas (muchas), peruanas (más de 3 conocidas, fuera de la cohorte de Lima), bolivianas (2) y una norteamericana. Dejo así a las vista de los lectores todo este acervo informativo, acaso único, que podrá completar con sus otros conocimientos sobre la materia. En el futuro trataré en este blog el tema de los hijos de Simón Bolívar, que destruye una mentira más y bien falsificada con aires de científica, sobre que el reservado caraqueño era estéril. Otra falacia que por engañosa hemos inserto con la adoración perpetua,  en el tacho de la basura. Ya lo verán.

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